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El encargo

Han publicado uno de los más solventes ensayos que he leído sobre Francis Ford Coppola. Su autor es Esteve Riambau y ocupa un conciso volumen de la colección Signo e Imagen de Cátedra. La lectura de las páginas que preceden al repaso de las 21 películas que ha hecho este coloso del cine -último de los dueños de una imagen del mundo que sólo su mirada logra percibir y transmitir- nos abre accesos a piezas esencia les del puzzle de su personalidad, más enrevesada que lo que deja ver su pinta de patriarca italiano bonachón, de padrino de una amistosa mafia blanca. Y algo de ése su misterio nos pone a mano Riambau cuando abre a la luz una estancia oscura del cine moderno en la que se oye al fondo una queja de niño ronco. Al más eminente hombre de cine que existe no le dejan jugar con las películas que lleva dentro y su sueño de hacerlas reales malvive en él mientras hace películas ajenas que finge suyas: "Nadie quiere de mí un trabajo personal, que yo vuelva a hacer películas como Apocalypse now o La conversación, que es lo que debería estar haciendo. En realidad, nadie aquí se interesa por mi obra".El último encargo de Hollywood a Coppola es Legítima defensa y éste su título español es casi una radiografía involuntaria de la fractura íntima que hay tras ella, una película hecha por Coppola en estricta legítima defensa, para acumular dinero con el que poder hacer frente, entre otras, a la eternamente pendiente On the road, para la que no encuentra quien mueva un céntimo, pues indagar ahora en la apesadumbrada memoria de Jack Kerouac no tiene cabida en las entendederas de los déspotas optimistas que gobiernan el mercado mundial de películas, cuyas oficinas de números ciegos son quienes deciden a qué aventura imaginaria hay que dar visado de existencia en una pantalla.

Y el desastre íntimo de Orson Welles -que se fue al otro mundo con casi toda su obra soñada metida en el ataúd- adelanta el que ahora está cociéndose en el embrión del destino último del único cineasta vivo que alcanza la estatura de aquel gigante, y que como él es un hombre herido por la desesperanza de la elocuencia amordazada, pues a Coppola se le están muriendo por dentro sus proyectos vivos y sabe que, por encontrarse en el borde del punto sin retorno de la plenitud del talento, lo que ahora está dejando de hacer es más que probable que ya no lo haga nunca. De ahí su terror ante el paso del tiempo, su trágica persuasión de que morirá sin haber arreglado cuentas con su destino.

De este desgarro proviene la evidencia de que el infortunio que llevó a WeIles al exilio fuera de su país y el que está conduciendo inexorablemente a Coppola a otro exilio más perturbador dentro de su propia tierra, son dos etapas de un mismo destierro, el del creador de cine de la fabricación de cine. Hollywood -y no sólo Hollywood: es una peste universal- no quiere gente que le recuerde el desastre universal a donde condujeron a Welles, ni que traiga a sus almacenes gran cine hecho con la herencia de Antonioni, Kazan y Bresson, a quienes Coppola proclama las matrices esenciales de su entendimiento del espacio, del rostro y del tiempo humanos. Quiere que gente como ésa doblegue el espinazo y filme en legítima defensa asuntos que a Coppola le traen sin cuidado, pero que fatalmente ennoblece porque un verdadero artista no sabe trabajar sino de manera ennoblecedora, aunque lo que le encarguen dar forma sean mierdas ajenas.

Coppola está pagando muy cara su osadía, derivada del triunfo suicida de El padrino, de haber querido recuperar hace dos décadas, con la creación de los estudios Zoetrope, lo que fue el Hollywood fundacional, todavía no envilecido por la cada día más salvaje dictadura del mercado, aquel Hollywood en el que la decisión de hacer o no hacer una película la tomaban hombres curtidos (verdaderos productores, especie casi extinguida) por una honda y refinada experiencia de la creación de cine y no, como la que manda ahora, gente que lo único que ha de aportar al currículo profesional que se necesita para entrar en el gremio de los fabricantes de películas es un certificado de analfabetismo cinematográfico.

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