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Reportaje:VA DE RETRO

Arriba el telón

El teatro Marquina abre sus puertas tras dos años de profunda operación de cirugía

"Déjeme que le cuente la historia del Marquina. Es una historia preciosa". Quien trata de convencer así a su interlocutor no es otro que el propietario, Alejandro Colubi, presidente también de la Asociación de Empresarios de Locales de Teatro, quien a finales de la temporada de 1996 puso patas arriba la sala para que el público recuperase la liturgia de los escenarios."La gente está volviendo al teatro, pero hay que facilitarle al máximo las cosas", asegura. El consorcio creado entre el Ministerio de Cultura, la Comunidad de Madrid y el Ayuntamiento de la capital, que aporta 600 millones de pesetas durante cuatro años para subvencionar la rehabilitación de las salas, ha ayudado en el empeño. Tras la fachada -lo único que se ha salvado de la quema-, un hervidero de obreros se ha afanado durante dos años para hacer realidad el próximo martes la subida del telón. Lo hará Núria Espert, con Master Class, una obra de Terence McNally dirigida por Mario Gas.

Si el interlocutor se deja arrastrar por el relato de Colubi pronto sabrá que el origen del teatro está en el altruismo del dramaturgo catalán, afincado en Madrid desde 1907, Eduardo Marquina, quien, antes de fallecer en Nueva York en 1949, quiso aliviar las penurias económicas de los colegas a quienes el éxito no había sonreído. Legó entonces dos fincas, situadas en la calle de Prim, al Montepío de Autores para mejorar con la renta de los inquilinos las pensiones de los anónimos escritores. Marquina, como buen hombre de letras, desconocía que la economía y sus reglas iban a desbaratar con los años sus buenas intenciones. "Con la inflación, llegó un momento en que los alquileres no cubrían los gastos de las fincas", cuenta Colubi. La herencia se convirtió en rémora hasta que dos hombres ligados íntimamente a los escenarios -el actor Alberto Closas y el productor Alfredo Matas-, unidos al que fuera presidente del Banco de Madrid Jaime Castell, ofrecieron al Montepío el importe íntegro de los alquileres a cambio de una concesión por 20 años de los dos inmuebles.

Aceptada esta singular OPA, la piqueta entró en la calle de Prim y reconvirtió en una sola finca lo que antes eran dos. "Construyeron el teatro en la parte de abajo y el resto lo destinaron a hostal, reservándose solamente un apartamento grande en el piso superior, donde se reunía toda la gente del mundillo teatral de entonces". Closas, en pleno éxito profesional, inauguró el nuevo teatro el 25 de diciembre de 1962 con Operación embajada, de Joaquín Calvo Sotelo. "Bajo su dirección no pisarán el tablado del Marquina más que compañías y espectáculos de primerísimo orden", aseguraba el diario Informaciones. Sin embargo, el popular actor sería el primero en abandonar la aventura empresarial dos años después. Una decisión que Colubi achaca a la locura inherente a todo artista que se precie. "Creo que todos los actores son unos loquitos maravillosos, pero también unos loquitos inquietos. Estar mucho tiempo en un sitio no es consustancial a su naturaleza".

Tras su marcha, sus dos socios prefirieron la hostelería a la farándula. Se quedaron con la explotación del hostal y traspasaron la gestión del escenario. Por entonces, el teatro era todavía rentable. La competencia del cine no era tan fuerte y Madrid centralizaba toda la gestión administrativa del Estado. "Venía un promedio de 35.000 personas diarias a solucionar papeleo desde todos los puntos del país. A veces traían a su familia y aprovechaban para ver teatro, porque aquí estaban las grandes figuras que no podían ver en sus ciudades". La transición, la descentralización administrativa y el empuje del cine arañaron tanto público que a finales de los setenta el Marquina bajó el telón definitivamente. No fue un caso aislado. Colubi confiesa que, en los últimos veinte años, en Madrid ha cerrado el 50% de las salas.

Las pensiones de los autores sufrieron otro susto, hasta que en 1982 apareció este empresario de la construcción para quien el teatro era una mera afición. Es más, dos meses antes había redactado un informe para el Montepío en el que recomendaba el cierre definitivo del Marquina. "Estaba muy deteriorado. Hicimos un estudio que revelaba que lo mejor era vender el inmueble y capitalizar las ganancias para la ayuda y subsidio de los pensionistas. De esta forma ganarían cuatro veces más".

Colubi, aquejado ya de la locura que achaca a los actores, se vio, contra sus propios pronósticos, convertido en el propietario de la sala cuyo derribo acababa de aconsejar. Su bagaje en el mundo de los negocios y su lejanía de los escenarios fueron sus mejores aliados. "Al no estar ligado al mundo teatral, no tenía servidumbres y sí perspectiva. Los árboles no me impedían ver el bosque". En 1984, en la calle de Prim, se vuelve a vivir la emoción del estreno. El camino verde, de Alonso Millán, devuelve al Marquina a Alberto Closas, acompañado esta vez de Julia Gutiérrez Caba. Desde entonces, sus 500 localidades siempre han estado salpicadas de espectadores, y a veces la taquilla ha lucido el anhelado "completo" como en 1994 ' cuando el grupo catalán T de Teatre, con Hombres, dio el petardazo de la década con 198.000 espectadores durante nueve meses en cartel. Hombres demostró que en teatro no hay fórmulas mágicas. No tenía ningún requisito de los que se le suponen a un gran éxito. Ni autor ni intérpretes conocidos y, sin embargo, fue la gran sorpresa de los últimos diez años. Una comedia es un éxito con 100.000 espectadores. Con 200.000 es la locura". La bajada de público sólo se notó en verano. "El clima incide directamente. En el sur, la temporada es muy cortita, porque ¿quién se mete a ver a Shakespeare en julio?".

Su experiencia le permite abrigar esperanzas de futuro. El pasado año, en la treintena de grandes salas de Madrid, la recaudación aumentó un 11% con respecto a la temporada anterior. "Si los madrileños fueran sólo cinco veces al año, se triplicaría la asistencia y se solucionaría parte de los males de este mundillo", afirma, con el sueño de repetir con Master Class el éxito de público de Hombres. Quiere gente en las butacas aunque sólo sea para patear. "Me encantaría que volviera el pateo, porque significaría que ha vuelto la pasión".

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