Cien por cien Stoichkov
Fiel a sí mismo, Hristo Stoichkov se largó a deshora del Camp Nou -el mediodía nunca ha sido buen momento para cualquier jugador- tras dar un beso a quienes han cuidado de su salud -nadie sabe más de los secretos de los futbolistas que los fisioterapeutas y, al tiempo, menospreciando a los que actúan de acuerdo con el marcador y con cierto aire ventajista.El entrenador le ha echado mostrándole los antecedentes penales -tres expedientes disciplinarios- y el presidente, casado como está con el técnico, firmó el finiquito desde su despacho, así que el búlgaro se largó del estadio en un acto tan sonoro como íntimo, lejos de la pomposidad con la que fue recibido en su regreso a Barcelona, procedente del Parma, aquel día en que Núñez, diseñando las elecciones, empezó a desagraviar a quienes en su día desafiaron a Johan Cruyff.
Hoy, dos años después, resulta que Stoichkov se ha congraciado con Cruyff -"el único que me ha enseñado algo"- y peleado con Núñez, reelegido ya presidente. El fútbol es así de justiciero.
No es cuestión ahora de criticar la decisión de Van Gaal de prescindir de Stoichkov, aunque la reiterada actitud prepotente del técnico en diferentes asuntos sea recriminable. Ni hay que pedir la intervención de la plantilla, que, pese a ser menospreciada por el propio jugador, ya le salvó la cabeza cuando pudo. Y es que, se mire por donde se mire, el búlgaro no tiene defensa. únicamente se trata de entender la reacción del futbolista, por la forma en que se ha sentido utilizado.
Stoichkov nunca debió volver como jugador, porque su fútbol ya no tenía ningún sentido para Robson -pese a su decisiva contribución en aquel memorable partido de Copa contra el Atlético- y menos para Van Gaal. Le ficharon de nuevo simplemente como una operación de maquillaje electoral manejada por el paternalismo de Núñez. El búlgaro se dejó vencer por su pasion culé y la directiva comerció con sus sentimientos.
Hoy, siendo líder el Barça, habiendo superado incluso una moción de censura el presidente y estando Van Gaal en el atrio de los técnicos, resulta fácil decirle adiós a Stoichkov con el mismo despecho que a muchos otros. El búlgaro no es merecedor del adiós que no han tenido ni siquiera futbolistas tan distinguidos como Koeman, pues nunca fue políticamente correcto sino que siempre dijo lo que pensaba. Pero tampoco merece ser lapidado, aunque sólo sea por su pasión azulgrana.
Al fin y al cabo, es el único que siempre ha sido consecuente con su forma de ser. Harto de tener un equipo con demasiadas buenas personas, Cruyff le fichó para que fuera el Hugo Sánchez del Barça, y Stoichkov no sólo marcó las diferencias en la cancha sino que, puestos a ser malos, pisó a un árbitro, despreció a sus compañeros, encabezó un motín contra el propio Cruyff, insultó a la directiva en pleno en un derby, y se largó poniendo verde a Núñez. Nunca tuvo seny, pero le sobró rauxa, un plus que una parte de la hinchada le agradecerá eternamente. Y es que más que un futbolista, Stoichkov es desde hace tiempo un socio culé.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.