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Tribuna:VISTO / OÍDO
Tribuna
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Necesidad, justicia

El Doctor Vega Díaz lloraba cuando me contó que acababa de quemar los historiales de sus clientes: de una vida larga de eminente cardiólogo. Había sido jefe de sanidad de un cuerpo del Ejército de la República en guerra, estaba en el círculo del doctor Negrín y era un hombre de conciencia. Cuando la muerte se le acercó demasiado, no quiso dejar atrás la intimidad de sus pacientes; y los hubo muy ilustres. La muerte tardó luego, quizá más de lo que Paco Vega hubiera deseado, pero ya había salvado el secreto clínico. Este recuerdo al gran amigo, que a veces escribió en este periódico y otras en Abc, me viene por lo que me parece un desmán: la incautación judicial de los historiales en un clínica ginecológica de Albacete. Sin ningún derecho a resistirse. Con excepción del derecho al martirio: a la detención, a la cárcel, al proceso y la condena. Pienso que Vega Díaz hubiera preferido ese martirio antes que entregar los historiales, y posiblemente muchos médicos. Me dicen que quizá no fueron médicos los que aceptaron, sino empleados de la clínica: es igual. Lo que no se debe hacer, no lo debe hacer nadie. Pero supongo que el problema está en el juez; pero el juez que persigue un delito tiene derecho a la incautación de documentos. Entonces el mal está en la naturaleza de lo que se persigue: en la criminalización del aborto. Es legal sólo en ciertos casos; su ampliación no se aprobó en el Congreso por absentismo de diputados responsables: quizá por desatención, por ignorancia: probablemente, por no comprometerse. Todo este asunto de diputados que no se comprometen, de jueces que ordenan registros, de clínicas que no conservan el secreto, hace un retrato cruel de un conjunto especialmente masculino del caso. No quisiera ser demagógico, y menos en este caso de lo masculino y lo femenino: puede que en un referéndum nacional secreto hubiera tantas mujeres como hombres, o tal vez más, enemigas del aborto. Pero el aborto no es un hecho aislado: es producto de una mezquindad en la información, de una situación de castigo de la mujer embarazada, de unas angustias económicas o de una situación sanitaria, qué se yo: hay mil causas. Yo detesto el aborto y no recomendaría acudir a él: detesto infinitamente más la condena social de algunas embarazadas, la condena de por vida; y el procesamiento de las que delinquen por ello. Cuando necesidad y justicia se contradicen, hay que cambiar la justicia.

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