Las líneas torcidas del metro
Un recorrido por los dislates ortográficos que acechan en los recovecos del suburbano
De vez en cuando, a la Compañía Metropolitano de Madrid le salen las líneas torcidas. No aquéllas por las que circulan los convoyes, pero sí las escritas en letra de imprenta: los renglones. Carteles, paneles, placas y adhesivos esconden, históricamente, una variada colección de deslices ortográficos que recorren el trecho entre la falta leve, apenas merecedora de amonestación verbal, y el simple disparate.
El último yerro se perpetró, con la bendición propia de las inauguraciones, al cambiar el nombre de la estación de Lima por el de Santiago Bernabéu. Quizás los madridistas se sientan orgullosos de que su presidente de los años gloriosos figure en la red, pero ni el presidente regional ni el alcalde ni el consejero de Transportes, reunidos para la ocasión -y para la foto-, repararon en que a Bernabéu se le había caído su preceptivo acento. En algunos puntos de la red ya se ha subsanado el desliz; en otros, incluida la flamante publicidad de la nueva línea 10, al pobre Bernabéu le siguen reduciendo a un hombre de pronunciación grave: Bernábeu.
Cosas más raras se han visto. En la línea 5, por ejemplo, se cuela una estación de nombre incierto: ¿Suanzes o Suances? En el rombo de la propia boca del metro se opta pqr la zeta, mientras que a la entrada y en la marquesina de referencia, a diez metros, se prefiere (¡maldición!) la ce.
Por el bien de la memoria del marqués de Suanzes, don Juan Antonio, habría que generalizar la primera fórmula. Él fue el fundador del Instituto Nacional de Industria (INI), ministro franquista de Industria y Comercio en un par de ocasiones y promotor del barrio en el que se erige la estación. Como quiera que el parque colindante se llama Marqués de Suanzes, parece claro que la candidatura de la zeta debería imponerse. A menos que algún responsable del metropolitano desee promocionar los encantos indudables de Suances, pueblecíto cántabro.
Peor es lo de las estaciones en curva, donde un llamativo cartelón rojo alerta: "Tengan cuidado no introducir el pie entre el coche y el andén". El anónimo autor se ha comido una preposición (de o para no introducir) con evidente voracidad. O lo de las abreviaturas libérrimas, que desembocan en un Ga. Noblejas donde mejor sería que a García se le pusiera "Gª" . Y para compresiones gloriosas, la del cartelón que, a la entrada de todas las estaciones, informa de que "apartir del día 1 de enero" entran en vigor las nuevas tarifas.
Menos mal que el viajero también puede entretener la vista, y la inteligencia, con una campana de promoción de la lectura en la que se reproducen páginas de Quevedo, Larra o Clarín, colocadas en los vagones. Mejor será.
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