Fincas de caza
Escribo como, lo primero y más importante, un apasionado amante de la naturaleza, pero también como cazador y propietario de una pequeña finca de caza en Andalucía.Comparto la opinión de Joaquín Araújo en la columna del 11 de febrero sobre la terrible lacra que causan los venenos en nuestros campos. También es cierto que en nuestro país la conservación de la naturaleza depende en gran medida de la iniciativa privada. Por eso escribo esta carta.
Aun no identificándome en ningún momento con alguno de esos malévolos propietarios de fincas de caza que describe Joaquín Araújo, sí me he sentido aludido e incluido dentro de un saco que creo no ha retratado con fidelidad: el de los propietarios de fincas de caza.
Lo que más me preocupa es que, una vez más, los ciudadanos de este país, los lectores de este diario, entren en el manido juego de las dicotomías políticas para conocer la realidad del campo español. ¿Qué quiero decir con esto?: que no todos los propietarios de fincas de caza en España son fascistas anclados en el pasado, que no todos son "todopoderosos" sobre los cuales resbala la ley, que no todos carecen de una mínima y necesaria cultura ecológica, que no todos gestionan mal sus cotos pensando exclusivamente en su provecho, que no todos atentan contra las tramas de la vida, etcétera.
El problema de los venenos y otros métodos de "control de alimañas" no se explica tan fácilmente recurriendo a la calificación y categorización de los propietarios de fincas; vayan ustedes a unos cuantos pueblos de nuestra piel de toro y conversen sobre el tema con sus habitantes, verán cómo el conflicto tiene sus raíces ancladas también en los siempre difíciles vericuetos de las creencias y actitudes de una cultura.
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