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Todo a 100

Palacios de lo ínfimo, reductos de lo barato, tiendas de la ganga, los establecimietos del "Todo a 100" han traspasado la condición de la anécdota, la moda de una corriente o el episodio de un temporada, para convertirse en categorías de la contemporaneidad. La historia seguirá adelante y entre sus hitos populares quedarán estos recuerdos del "Todo a l00", imposibles antes de la guerra, inconcebibles en los inicios del capitalismo de consumo, artefactos de una tesitura donde mágicamente se junta el vicio de comprar y la desculpabilización del gasto.El "Todo a 100" nace y se reproduce al compás de la ludopatía de las máquinas tragaperras. La tienda atrae con un efecto donde se une la ansiedad de comprar y la codicia de ganar. Pero, además, en el "Todo a 100" se representa, disfrazada, una tómbola. Tiene de la tómbola el mismo sistema de bonos que dan derecho con su igual valor facial a elegir entre una pelota o un sacacorchos, una muñeca o un dominó. Todo es igual ante el poder del vale y todo parece sentarle igual al expendedor, aunque en tamaño, en morfología o en peso, entregue mercancías distintas. A todas ellas las equipara el valor económico que anula las singularidades. El 100 en "Todo 100" actúa del mismo modo. Más aún: lo que hace una familia de sus criaturas es la fraternidad de verse todas ellas bautizadas "a cien". De esta manera, por el interior de los artículos corre un hilo que los los vincula como hermanos. El establecimiento del "Todo a 100" adquiere así una calidad muy entrañable. Pero hay también un secreto erotismo en la liza que se plantea entre los objetos por seducir al cliente con su cuerpo y no mediante la diferencia de su coste.

De otro modo: eliminada la ventaja del precio, cadacosa se enseña a si misma para ser poseída sin valerse de otro atributo que no sea su atraccción. Se trata, por tanto, de una experiencia compradora muy peculiar. Tan barataque favorece el gozo de la posesión mientras desdeña elsacrificio del gasto, tan cordial que atiende al cliente mientras desatiende la cuenta. En este proceso, sin clara proporción entre lo que se da y lo que se obtiene, desaparece la idea del trueque y se pasa al ámbito de un intercambio simbólico del que siempre se sale con bien.

De ahí también que el vicio de comprar en el "Todo a 100" se parezca sutilmente a la ludopatía del tragaperras. El jugador no arriesga unitariamente mucho en la jugada mientras recibe al ser premiado un valor incomparablemente superior. No ya en dinero o en objetos sino en el signo de verse personalmente agraciado. En el caso de la máquina tragaperras porque con el premio se recibe la suprema distinción de "la suerte" y, en el caso del objeto "a cien", porque efectivamente la moneda pagada es deleznable en relación al bien.

Puede ser que el tiempo del "Todo a 100" no permanezca siempre pero ha ganado ya de sobra su monumento en los espacios de la cotidianidad, en las sedes de la ciudad contemporánea -aquí, en Chicago o en París- y en el habla misma. Un "todo a a 100" es un producto artístico, gastronómico o de carpintería casi execrable. Pero "casi". En él persiste un respeto coincidente con la ilusión que atrajo a su compra y permanece en el recuerdo como una oferta que se brinda a cambio de casi nada.

En el más allá del Tercer Mundo unos obreros y obreras que cobran un dólar diario fabrican el "Todo a 100". Manufacturan desde rulos para el pelo a betún para los zapatos, desde figuras para el cuarto de estar a champús para el baño y sartenes para la cocina. Su actividad no tiene fin y se filtra por todas las rendijas; salpica las avenidas, las playas, los centros comerciales. Vive junto a nosotros como una producción del subdesarrollo pero a la vez como una desmenuzada encantación del desarrollo en plena era de la globalidad. Cuando falte lo echaremos de menos; cuando se disipe el presente será todo otro sin saber a cambio de cuánto o a cambio de qué.

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