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Senos

Sílfides de todos los colores han paseado esta semana su palmito por la Pasarela Cibeles. Cada día, la prensa, la radio y los telediarios fueron portavoces entusiastas de las glándulas mamarías. Toda la ciudad es un inmenso par de tetas gloriosas, como las que soñaba el pintor Eduardo Úrculo para los principales monumentos de la ciudad.Si es cierto que la moda es dictadura, las calles de la Villa deberían transformarse de inmediato en desfile interminable de transparencias carnales.

Pero sucede que uno nunca se topa en la vía pública con semejantes modelitos. ¿Dónde se lucen esos vestidos tan sinceramente lujuriosos? Porque de algún modo habrá que dar salida crematística a las salaces propuestas de los diseñadores punteros. Es seguro que esas blusas cantarinas, esas falda sin nalgas, esos conjuntos sin espalda, no se tiran a la basura tras el desfile.

En la vida corriente, ¿quién se los pone, dónde, cuándo, por qué? Eso es un misterio lejos de la ciudadanía callejera. Sólo unos pocos privilegiados están al tanto de estas cuestiones y disfrutan de ellas en directo. De todas formas, existen esperanzas de que la cosa cambie, porque en estas cuestiones las mujeres son mucho más osadas que los hombres. Son capaces, si fuera menester, de disfrazarse de payaso y presentarse de esa guisa en un sarao para pasar inadvertidas.

Son capaces, asimismo, de lucir esperpentos incomprensibles con, una naturalidad digna de mejor causa. Quizá es verdad lo que dijo Oscar Wilde: "A las mujeres no hay que comprenderlas; hay que amarlas".

Al contrario de lo que se pregona, la moda es para las feas. Las guapas, con poco que se pongan, van como rosas. E incluso aunque no se pongan nada.

(Como contrapunto a estas frivolidades, un pincelazo inquietante: mendigos que dormían en la estación del metro de Atocha fueron gaseados por un comando ultra).

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