Pristina se impacienta
Las caras de Milosevic y Tudjman nos son familiares. Pocos accidentes del paisaje social balcánico han resistido con parecido éxito el cataclismo por ellos desencadenado. La extraña paz reinante parece pasar por el acomodo a las apeteas de estos autócratas a los que la guerra hizo aún más poderosos. Las denuncias del nacionalismo esencialista y excluyente no han hecho mella en la imagen de sus más eximios valedores.En cambio, un pueblo entero permanece en la penumbra de la inexistencia mediática desde que en 1989, Milosevic acabó con la autonomía que disfrutaba la región de Kosovo (90% de población albanesa, como es obligado decir desde que los mapas se han vuelto étnicos).Un movimiento no violento organizado principalmente por estudiantes expulsados de facto de las instituciones oficiales por estar prohibida la enseñanza en albanés ha llevado a la calle, desde el pasado año, a miles de albaneses para reclamar a Belgrado derechos humanos elementales que les son negados precisamente en virtud de su pertenencia étnica.
El hostigamiento de la policía de Milosevic y la despreocupación de la comunidad internacional están minando a ojos vista el atractivo de la estrategia de la no violencia y fortaleciendo la credibilidad de la insurgencia armada (Ejército de Liberación de Kosovo). La resistencia cívica no ha sido acreedora de los grandes titulares ni ha suscitado -salvo honrosas excepciones, como Mujeres de Negro- apoyos externos significativos. En el marco incomparable de una Albania a la deriva, de un Montenegro debatiéndose por escapar del abrazo de la hermanastra confederal, de una Serbia en bancarrota civil y de una Macedonia donde no acaban de acoplarse las minorías, pronto, quizá, Pristina reivindicará un lugar al sol en las portadas. Entonces habrá pasado la hora de prevenir-
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