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¿Bruselas, frontera española?

Con todo lo que se nos viene encima en la UE interesa saber cuanto antes si en Bruselas predomina el efecto capital o el efecto frontera. Por efecto capital debe entenderse el efecto integrador, siempre bañado en algunos esplendores más o menos confundidos con avecinadas decadencias. Bajo el efecto capital adquiere primacía la flexibilidad al menos en los temperamentos y la tolerancia cívica vence a los fanatismos más propios del ascético desierto donde se curten las legiones más esforzadas. Consecuencia del efecto capital es el florecimiento de las bellas artes y la aceptación nunca saciada de los talentos, cuya autentificación se reserva la propia capital por muy diversos que sean. Se trata, en definitiva, de saber si se prepara desde ahora una Bruselas rompeolas de todas las Europas, una nueva Roma ilustrada, una Atenas de Pericles con creciente capacidad de atraer a los mejores y siempre atenta a nuevos refinamientos que deban ser experimentados.Pero todo indica que en Bruselas cada país de la UE ha destacado un contingente combativo donde más bien prevalece la mentalidad de frontera. Es cierto que dentro de Bélgica, la región de Bruselas hace frontera con la región flamenca y que Bruselas es también frontera lingüística entre francófonos y neederlandófonos. Pero además, por lo que respecta a la UE, la ciudad de Bruselas está adquiriendo un sello fronterizo muy marcado. Para España, Bruselas empieza a ser frontera entendida como lugar geométrico donde residen todos los mantenedores de lo irrenunciable, todos los patriotas del aceite de oliva o de la construcción naval, de las lealtades más estrictas, de la lucha por la subvención hasta el último euro del presupuesto ajeno.A veces da la impresión de que más allá de los intereses inmediatos, el nuevo gobierno del PP nada tuviera que proponer en el ámbito de la construcción europea. Nuestros hombres y mujeres en Bruselas, como los de algunos otros países miembros, tienden a pensar que siempre es momento de izar bandera, de rendir honores, de entonar el himno nacional, de reclamar fervorosas adhesiones a los propios colores, de satanizar al contiguo, de vivir en permanente exaltación patriótica. Toquen vacas locas británicas o peste porcina de nuestros ibéricos. Como un buen amigo mantiene, ninguna mayor incomodidad puede imaginarse que la de ser británico en las Malvinas, francés en el atolón de Mururoa, español en Alborán o danés en Groenlandia. Pues así bajo el efecto de frontera amenazada, que requiere defensa resuelta y permanente, parecen comportarse muchas veces funcionarios, periodistas o diplomáticos de España y de otros países miembros de la UE cuando están destacados en la supuesta capital comunitaria que llamamos Bruselas. Qué angustia más estéril la de ser fronterizo. En París se puede disentir en cualquier tono del presidente de la República, pero en la Polinesia francesa cada mañana hay que entonar en posición de firmes el canto de la Marsellesa.

Eso sí, mientras se oyen cada vez más cerca los claros clarines del euro todo son noticias fechadas en Bruselas, cuyo nombre sirve de denominación de origen a casi un 70% de las que se publicaban en los diarios de referencia de los 15. Como se comprueba en los informes anuales elaborados por la Asociación de Periodistas Europeos y Fundesco en torno a "La UE en los medios de comunicación". Se vuelve estos días al estribillo del déficit democrático de la UE. Esa es al menos una acusación frecuentada por los medios informativos. Esos medios, siempre ávidos para exigir transparencia y para reprochar opacidades ajenas, que en materia europea proporcionan un ejemplo admirable de inconsciencia respecto a la deficiente trayectoria descrita por la sucesión de sus comportamientos diarios. Y sin medios capaces de emplazar de modo permanente a quienes encarnan las instituciones de la UE, la vida política en la Comunidad seguirá siendo inviable.

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