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Adiós a mis fieras

Tomás Cerdán deja la dirección del Zoo de la Casa de Campo después de 23 años al frente del parque

"La que más se alegra de la jubilación es mi cabeza". Lo dice Tomás Cerdán, director del zoológico madrileño durante más de dos décadas, mientras en su móvil suena todavía la llamada de consulta de su sucesor, y el eco del reciente homenaje al que asistió el alcalde. Tras su tranquilidad aparente se adivina la incertidumbre. A sus 66 años se siente joven: "Tengo muchas aficiones, el ajedrez, las matemáticas, la literatura. Y además cuento con algo raro en un jubilado, un hijo de 12 años". No se aburrirá, pero la añoranza es imprescindible. Regir los destinos de 3.300 animales y 150 empleados es complejo, agotador, emocionante y divertido. "Tan pronto estás atendiendo a los requerimientos de los bomberos o los de aduanas porque se han encontrado un reptil en un sitio insospechado como estás decidiendo qué hacer con las toneladas de excrementos".Cerdán (nacido en Lyon, Francia, de padres españoles) llegó de Barcelona al Zoo madrileño en 1974, dos años después de su inauguración. La vieja Casa de Fieras del Retiro, abierta en 1868, le había dado a Madrid el privilegio de tener el segundo zoologico europeo, tras el de Viena. Con el tiempo, la decrepitud se apoderó del recinto y, a final de los sesenta, un clamor periodístico reclamó un nuevo parque. "Nuestra Casa de Fieras", decía un cronista, "ha mejorado mucho. En Soria, y que me perdonen los sorianos, quedaría como una reina. Pero en Madrid, no".

Al final, el 23 de junio de 1972, Franco, con su mujer, dos de sus nietos y la plana mayor del Gobierno y el Ejército, todos ellos, inauguraba el nuevo recinto. Poco tiempo después, superada la curiosidad inicial, la asistencia disminuyó hasta límites alarmantes. La concesionaria del parque lanzó un SOS a uno de sus gestores de Barcelona. Era Cerdán. Rápidamente diagnosticó el mal: faltaba, dice, sentido común. "El zoológico se concebía como una atracción, no como un servicio público; las relaciones con las instituciones y con la prensa dejaban mucho que desear y no se sacaba el rendimiento suficiente a las instituciones. La compra, por ejemplo, se hacía como cualquier ama de casa. Pagábamos la caballa para los animales marinos a 80 pesetas el kilo. Envié a un empleado a Vigo a hablar con los mayoristas y vino emocionado. La había conseguido a 16 pesetas. La compramos al por mayor y empezamos a congelarla en las cámaras, hasta entonces inutilizadas".

Un ejemplo muy ilustrativo si se tiene en cuenta que el Zoo es el mayor buffet de la ciudad. "Es como un cuartel, pero ellos sólo preparan rancho y nosotros tenemos 70 menús distintos. De trigo, alfalfa, cebada, verduras y frutas frescas, a yogur o potitos infantiles para los primates pequeños o los animales enfermos. También les damos pan de molde, porque las grandes firmas, cuando tienen excedentes, nos hacen donaciones". Los platos menos apetitosos van al terrario. "Es más desagradable, hay que darles pequeños roedores, lagartijas".

Lograr que el Zoo fuera autosuficiente fue uno de los objetivos que se trazó al llegar a la Casa de Campo. Sentido común e imaginación lograron que se aprovechara todo. El estiércol, por ejemplo, se da a los viveros a cambio de mantillo. El bambú, dieta básica de los pandas, se empezó a plantar por todo el recinto. "Adornaba y nos permitía autoabastecernos". Pero, sobre todo, esa filosofía se aplica con los animales.

Todos los zoológicos del mundo se han agrupado en asociaciones, con una base de datos común en la que constan detalladamente las especies y animales con que cuenta cada uno. Es vital para evitar problemas de cosanguinidad. Así, es frecuente que un panda rojo madrileño se intercambie durante un tiempo con otro vienés, por ejemplo. Pero, sobre todo, la informática les permite aumentar su población sin grandes desembolsos económicos. "El intercambio entre los Zoos se ha convertido en el medio casi exclusivo del que nos nutrimos y evita recurrir a los animales en libertad", asegura.

No es sólo cuestión de dinero. Aunque un zoológico pudiera pagar los 50 millones que puede costar un gorila o los 25 de un delfín acróbata, "no siempre lo podría conseguir. Además, hay animales, como ChuLín, que no tienen precio", dice. Las restricciones que ponen determinados países a sus especies protegidas -China con los panda, Australia con los koalas-, o las dificultades de captura, imposibilitan muchas veces la compra. "El método más seguro es el intercambio de nuestros sobrantes". El Zoo de Madrid encontró un filón con la pareja de pandas rojos, regalo de los nepalíes a los Reyes. De aquella donación se han obtenido 85 ejemplares que se han enviado a los zoológicos de los cinco continentes, a cambio de nuevas especies.

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La emoción aflora fácilmente. Rememora el nacimiento de ChuLín- "la estrella rutilante del Zoo"-, la inauguración del delfinario o del acuario, y especialmente los cientos de anécdotas protagonizadas por los niños. De todas rescata la de una niña riojana que llegó a falsificar una quiniela para comprarse una bicicleta y venir al Zoo de Madrid. "Nos enteramos por la prensa. La pequeña estaba avergonzada porque en su casa y en clase todos le habían afeado su conducta. La invitamos al Zoo y, por supuesto, le regalamos la bici".

No todos los visitantes quedaban satisfechos. Cerdán todavía recuerda al francés que, al final de la visita, reclamó el dinero de la entrada. "Había venido expresamente a ver a los pandas y se quejaba de que los osos estaban durmiendo y no les había visto moverse". En otra ocasión, un obrero presumido llegó con la paga de julio recién cobrada y se puso a fanfarronear con los billetes delante de los monos, pese a las advertencias del cuidador. "Uno de los monos, con la rapidez que les caracteriza, se los arrebató y los despedazó ante sus ojos. A su mujer estuvo a punto de darle un ataque, y al final vinieron a reclamar que les devolviéramos la paga". El hombre se fue, por supuesto, sin su dinero, como Cerdán se ha ido con un deseo sin cumplir: haber conseguido un nuevo panda, un koala o un rinoceronte acorazado.

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