Recordando a Benet
La riqueza de ese tesoro que fue Benet se constata cuando encontramos, a la vuelta de cualquier curva de una carretera perdida, un rasgo del mundo que parece hecho para ser objeto de alguna de sus observaciones, la cual, prodigiosamente, parece insinuarse en nuestra memoria en el preciso instante. Al menos algo de eso experimenté no hace mucho a la entrada de un recodo en una carretera del acceso oriental a las Alpujarras, en cuya orilla, el paredón de un viejo edificio oscuro y señorial, misterioso y a todas luces arruinado, pero en pie, indicaba frontalmente al viajero: Ragol, 6 kilómetros; Instinción, 13 kilómetros, con elegantes, antediluvianas y exangües letras de bloque emergidas del descolorido fondo bermellón de la mampostería.Benet, desde el éter, nos sigue haciendo sonreír y sugiriendo el comportamiento adecuado para toda suerte de situaciones difíciles, sin descender, desde luego, a la consideración de su eficacia.
No puedo menos que recordar en estos días de comienzos de enero a Juan Benet, a su generoso, estimulante y benigno talante, y hacerlo elevando la copa a los imaginarios acordes de la marcha de pompa y circunstancia.-
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