El enigma de las palomitas
El otro día, aprovechando las vacaciones escolares, acompañé a mi hijo de corta edad al cine. De camino al cine, el crío decidió invertir parte de su asignación semanal en palomitas. Eligió un puesto en el que, junto a la bolsa, le regalaban una figurita de ínfimo valor, pero que a él le hizo mucha ilusión.Todo transcurría plácidamente hasta que, tras las preceptivas colas, llegamos frente a un empleado que, uniformado al estilo de los agentes de la autoridad, controlaba el acceso al local de los multicines. El empleado, de forma correcta pero enérgica, nos manifestó que no podía permitir la entrada del niño con su bolsa de palomitas; al principio pensé que esta prohibición debía obedecer a consideraciones de índole higiénica, pero enseguida vi que no se trataba de eso, puesto que en el interior del recinto existía un bar en el que de forma ostensible se anunciaba la venta de palomitas.
Al comentarle la perplejidad que me producía esta situación, el empleado vino a decir que su cometido era hacer que se cumplieran las normas de la empresa y no el de dar explicaciones; siempre con gran corrección, me sugirió que hablara con el gerente de las salas, e incluso amablemente se ofreció para ir a buscarlo.
El gerente, un caballero muy correcto y muy serio, nos explicó que, "amparándose en el artículo 59.b de la Ley de Espectáculos Públicos, la empresa se reservaba el derecho de admisión en determinados supuestos", y uno de estos supuestos era precisamente llevar una bolsa de palomitas. No obstante, prosiguió, si depositábamos nuestras palomitas en consigna, nos permitirían entrar y, una vez dentro, nadie nos pondría ninguna objeción si decidíamos comprar las palomitas en el bar de los multicines.
Entonces empecé a atar cabos, y de repente encontré la respuesta a un enigma que desde hacía un rato me rondaba por la cabeza: ¿cómo conseguirán estos señores vender bolsas de palomitas 50 pesetas más caras que en los puestos del exterior si, además, no regalan nada?
Mi hijo no sabe nada de prácticas monopolísticas ni de abusos de derecho; ni siquiera tiene muy claro qué significa la expresión "pasar por el aro". Por eso me dejó sorprendido la facilidad con que le convencí de que las condiciones impuestas por la empresa para comer palomitas en el cine no eran aceptables.
Es más, confieso que llegué a temer (afortunadamente, me equivoqué) que su reacción, al verse privado de las palomitas, se apartara de los cauces de seriedad y corrección por los que discurría el incidente que les relato.
Aunque, bien pensado, tampoco debo sorprenderme tanto. Simplemente, ocurre que algunas prácticas empresariales son tan grotescamente abusivas, que hasta un niño en edad preescolar se subleva ante ellas.-
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