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¿Navidad en la Mir? Vaya lío

Un judio y dos ortodoxos, en una Nochevieja por todo lo alto

La castigada estación orbital rusa Mir, la única que existe, ha reunido en el espacio, a más de 400 kilómetros de la tierra, a un judío norteamericano, David Wolf, y a dos rusos, Pável Vinográdof y Anatoli Soloviov, que de ser algo serán cristianos ortodoxos. Cuando llegan estas fechas, cuando las calles de Moscú y las de Nueva York se visten igualmente de fiesta, los tres cosmonautas lo tienen un poco complicado para decidir qué celebrar y cuándo.Primero porque, en teoría, el estadounidense no celebra la Navidad. Segundo, porque si los rusos lo haciesen no sería ahora sino el 7 de enero, ya que la iglesia ortodoxa sigue utilizando el calendario juliano, responsable por ejemplo de que la tan traída y llevada revolución de octubre ocurriese en noviembre.

Pero no hay que apurarse. Con un poco de buena voluntad se puede llegar a un acuerdo. Los rusos ya tienen cierta experiencia en eso. Durante los 74 años de poder soviético (menos si se descuentan los de la perestroika) y de intentos de arrancar la religión de la sufrida alma proletaria, cuajó entre la población una celebración ecléctica, la del Año Nuevo, estratégicamente situada entre la Navidad cristiana de Occidente y la ortodoxa; y que permite que cada cual haga de su capa un sayo.

No tienen Papa Noel, ni Santa Claus, ni San Nicolás, ni belenes, pero sí abetos para dar y tomar, y un viejito de barba blanca al que se conoce como el Abuelo Congelado. Para saber por qué le llaman así no hay que mirar en una enciclopedia. Un momento, a ver el termómetro. Quince grados bajo cero. ¡Vaya! Un día templadito.

Así que mister Wolf y los tovarishi Vinográdov y Soloviov, que no ganan para sustos porque ahí arriba lo normal parece ser que las cosas salgan mal, celebrarán una fiesta por todo lo alto para la Nochevieja. Dentro de un orden, porque ni el champaña georgiano ni el vino de California podrán estar en el menú, aunque sí un licor de ginseng de doble efecto eufórico y reconstituyente.

El pasado lunes, la nave de carga Progress M-37 les llevó 2.500 kilos de alimentos, agua, combustible, equipo científico y, por supuesto, regalos de la familia, cinco kilitos en total. El martes, en el centro de seguimiento de vuelos, no quisieron dar más detalles con el argumento de que se trata de sorpresas, aunque no parece muy probable que EL PAÍS llegue hasta la Mir.

Wolf`, que dio hace unos días una conferencia de prensa desde la estación espacial, aseguró que su hermana le ha enviado una menorá, candelabro ritual de siete brazos (hay uno enorme ante el Parlamento israelí, en Jerusalén), de modo que estuviera listo para la fiesta judía de Hanuká, que comenzó un día antes de que llegase la nave de carga. En esa misma ocasión echó de menos un poco de alcohol: "No hay champaña aquí, pero sí que tenemos ganas de beber un poco. En fin, ya lo tomaremos en tierra".

No les habría venido mal un par de botellas de cava en el último envío, pero se tuvieron que conformar con dos cajas de tritones, vivitos y coleando. Y es que estas salamandras acuáticas serán objeto de importantes experimentos porque al parecer tienen una sorprendente capacidad para sobrevivir en situación de ingravidez y casi sin comer.

¿Quién dijo que estos señores se aburren en la Mir? No será para tanto cuando el director Yuri Kara ha encontrado ya a los dos actores voluntarios para rodar en la estación la que será la primera película espacial de la historia. Kara dio el nombre de uno de los miembros de la pareja, VIadímir Steklov. Y, aunque no lo dijo, parece que su compañera será Olga Kavó. Hace poco, la televisión rusa pasó su película Cruzados, con violencia por doquier y escenas espectaculares. Del carácter de la chica da idea el que no permitió que la doblase ninguna especialista.

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