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Tribuna
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¡Feliz 1998!

Hoy (cuando esto escribo, claro) es un día muy especial, y si ustedes pertenecen aún a esa execrable minoría que se aferra al vicio solitario de la lectura, sabrán en un periquete por qué. Ante todo, es la cuarta o quinta jornada gris gris sin paliativos, mientras la aguja meteorológica señala, no menos impertérrita, al letrerito que dice "soleado". Esto desanima ya bastante a una ciudadanía ávida de encontrar un rayito de luz que ilumine su desdichada existencia cotidiana. Sin embargo, se trata sólo de una minucia en el proceloso mar de los infortunios madrileños. Una futesa, contrastada con los desmanes municipales que están convirtiendo mi barrio, antaño tranquilo, alegre y confiado, en clínica psiquiátrica y/o antesala del camposanto.Sí, ya sé que me había comprometido a no volver sobre el tema de los ruidos e insomnios, pero como es un día tan especial... Anoche, el camión de riego 742, "por un Madrid verde y limpio", estuvo hora y pico dando pasadas, como los aviones alemanes sobre Londres durante el blitz o las superfortalezas americanas sobre Dresde cuando llegó el Tío Sam con la rebaja. No tiró bombas, pero mi pobre bomba enferma se me salía por la boca. A las dos y media parecieron extinguirse sus últimos estertores, de modo que aguardé anhelante el paso de los basureros, que suele acaecer entre las dos menos cuarto y las tres y veinte. Luego, pensaba, podré dormir nada menos que cuatro horas hasta el paso matutino de los señores de los tubos tonantes espantahojas. Pero nada, que no llegaban. Opté por irme a la cama, con el ventrículo izquierdo asomándose por los belfos, y conseguí conciliar el sueño un ratito, hasta que a las cuatro y media "pandemonium broke lose" (vamos, que hubo un follón espantoso). El turno de verdugos llegaba tarde y más ruidoso que nunca. ¡Qué desesperación! ¿No tendrán esos señores hijos, esposas, madres, "compañeros" o ''compañeras'' que necesitan descansar a esas horas? Estoy, convencido de que existe intención letal contra mi ventana. Y no les echo la culpa, a los trabajadores, unos mandaos, posiblemente unos santos en su casa. ¿Qué les convierte en sádicos por la noche? El cocido, supongo.

Y prosigo con el relato espeluznante: conseguí dormitar dos horinas rellenas de pesadillas, y con las primeras luces, ya digo que es un día muy especial, volví a despertarme aterrorizado, piltrafa, carroñilla de mí mismo: la brigada antihojas interpretaba ya su habitual diana floreada y otro ruido aún más siniestro, el de las sierras mecánicas, se sumaba al alboroto. "To cut a long story short" (resumiendo, ¡vamos!), me asomé y ya habían cortado por la mitad el árbol más frondoso de la calle. Bueno, por la mitad de la mitad, pero ésa es una historia muy larga y triste, y no me cabe. Estoy dispuesto a contársela en privado a los voluntarios, si los hubiere, porque yo no tengo "internés" (¡buenísimo, Forges!). Confórmense los demás con saber que les quedó preciosa, mi calle, los árboles ya desmochados, escarmentados. Eso sí, ni, una hoja en la calzada. Además, nos queda el consuelo de saber que nuestro solícito Ayuntamiento reciclará toda esa madera, triste, muerta, en abono para sus víctimas, a su vez tristes, heridas, acaso muertas.

Día muy especial: ante mi casa hay un contenedor repleto de porquerías múltiples que ocupa un vado apócrifo (no hay al otro lado garaje, ni nada que lo justifique)entre dos señales de prohibición de aparcamiento que puso hace como veinte años un particular. Lo menos que podía hacer nuestra incompetentísima autoridad competente es quitar las señales. O el contenedor.

Especial, especial: leo que, gracias a los túneles y parkings Manzano, los madrileños podemos circulara 10 kilómetros por hora, un éxito. Y que las tuneladoras de la Comunidad, futuristas pero devotas, llevan al cuello un escapulario de la Virgen del Pilar, menos La Adelantada, que se encomendó a santa Bárbara y encuentra más dificultades. Piensan sus operarios que hay un pique celestial, y se mueren de risa. Y yo vuelvo a preguntarme dónde estarán metidos los antiguos ''hermanos proletarios".

En fin, se acaba el espacio y también el año 1997, el más nefasto en cuanto a gestión municipal entre los que recuerda la ciudadanía aún no cómplice, no evangelizada. Feliz 1998 a los madrileños supervivientes.

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