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El santo

Ruiz-Gallardón cree que su consejero de la Presidencia es un santo. El presidente del Gobierno regional piensa que Jesús Pedroche es un hombre puro y sublime incapaz de hacer el mal con conocimiento de causa. Y yo le creo. Jesús Pedroche es una de esas personas de hábitos monacales que viven en otro mundo distante a este nuestro, tan vulgar, materialista e interesado. Una especie de limbo de los justos que le permite ofrecer al Gabinete regional una perspectiva de la realidad más elevada y espiritual que la de los que viven con los pies en el suelo pisando los fangales de la mezquindad terrenal.Era, en consecuencia, el único miembro del Gabinete que podía presentar ilusionado y con un mínimo de convicción el Plan de Ayuda a la Familia con el que la Comunidad pretende fomentar la natalidad en Madrid. El único capaz de creer en la eficacia de un programa donde la estrella es el premio de 25.000 pesetas que se otorgará a cada una de las parejas que tengan un hijo en 1998. El único, en definitiva, que posee la suficiente ingenuidad para imaginar que muchos matrimonios que andaban dudando si decidirse o no a procrear, por el compromiso económico que la descendencia supone, tomarán de inmediato la determinación de hacerlo.

Y que, a partir de ahora, copularán sin descanso alentados por los 5.000 duros que les ofertan si logran evidenciar el fruto de su amor. Sólo desde su entrañable candidez se puede pensar que esos jóvenes que alargan durante lustros el noviazgo al carecer de los recursos necesarios para fundar una familia la formalizarán de una vez por todas estimulados por el acicate de tan sustancioso premio a la natalidad.

Las 25.000 por niño es la propuesta estelar, pero no la única que presentó esperanzado el consejero regional. Dos mil parejas de madrileños podrán beneficiarse de un año de alquiler gratis si no tienen dinero para hacerse con una casa, se construirán algunas viviendas sociales con más de tres dormitorios para que quepan las familias numerosas, habrá una cuantas plazas más en escuelas infantiles y 5.000 muchachos dispondrán de becas de estudios aunque no saquen buenas notas.

Así de cautivadoras son las disposiciones puestas en juego por esta autonomía del bienestar con el objeto de dar un vuelco a la caída alarmante en la curva de población. Es cierto, sin embargo, que menos da una piedra, y que además el Ejecutivo autónomo no es precisamente el que cuenta con las competencias y los instrumentos más adecuados para estimular la natalidad, una tarea que corresponde y debería abordar con toda urgencia el Gobierno de la nación.

El problema no es baladí, en los últimos veinte años se ha reducido a la mitad el número de nacimientos en Madrid, y de no cambiar la tendencia, dentro de otros veinte, la nuestra será una región de la tercera edad. Así lo han visto desde hace ya tiempo en los países de nuestro entorno que padecen parecida situación.

Portugal aprobó la pasada primavera un plan de subsidios familiares con ese objetivo, y en Francia llevan en ello casi diez años. Nuestros vecinos del norte empezaron por pagar 48.000 pesetas al mes durante tres años a las madres que den a luz a un tercer hijo, y ahora cobran hasta 22.000 pesetas mensuales por cada uno de sus vástagos, con subvenciones desde el primero, baremo este último que fue aprobado hace ahora un año por el Gobierno que presidía el conservador Alain Juppé.

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Esto es lo que se llama apoyar a las familias en serio y alentar la fecundidad, no jugar a las casitas ni vacilarle al personal. Porque aquí lo más que hacen es subirnos cuatro duros la deducción por hijo en el impuesto sobre la renta y rebajar los costes de las matrículas en la universidad a las familias numerosas.

Un desierto de asistencia y amparo familiar en el que puede hasta brillar con luz propia ese plan de ayuda regional de la Comunidad de Madrid y sus 5.000 duros de regalo para financiar los dodotis del primer mes y los biberones de tres semanas. Al menos la intención de Pedroche es buena.

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