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Los titulares de la nueva revolución

Soledad Gallego-Díaz

El día 2 de mayo de 1998, cuando se anuncie que España entra a formar parte de los llamados "países euro", los periódicos deberíamos titular: "Quedan siete meses para que empiece la revolución". Y el día 1 de enero de 1999, cuando arranque la moneda única europea: "Hoy empieza la revolución". No lo haremos y será una pena, una ocasión perdida de ser justos con nuestros lectores y de advertirles claramente de qué se trata. Será como si un periodista inglés de finales del siglo XVIII que relatara la instalación del primer telar mecánico hubiera renunciado a titular "Hoy comienza la revolución industrial", pese a saber que eso era exactamente lo que estaba ocurriendo.Poco a poco, los libros, estudios, panfletos y análisis relacionados con la Unión Monetaria Europea comienzan a filtrar suavemente la idea de que el euro no supondrá sólo un cambio del régimen monetario. Uno de los últimos Economie Papers elaborado por expertos de la Comisión Europea lo dice en su primera página: "En todos los sentidos, la unión monetaria supondrá una ruptura estructural, que alterará no sólo las estructuras del mercado sino también los procesos políticos". Suena mucho a una revolución. Si no a las revoluciones instantáneas y violentas a que nos acostumbró la historia española, sí a una lenta, mucho más inevitable, impactante, extensa y duradera, como la industrial.

Así que hemos de estar preparados para una "ruptura estructural" no sólo de los mercados -que no es poco- sino también de los "procesos políticos". En principio, no tiene por qué ser malo, incluso parece lógico: si cambian las estructuras del mercado, habrá que introducir también cambios en los mecanismos políticos. Se espera que para bien, aunque lamentablemente de todo eso se habla muy poco o, cuando se habla, se deja reducido a cuestiones puramente de procedimiento: "Encontrar mecanismos más adecuados para la toma de decisiones" suele ser la fórmula elíptica más extendida entre los hábiles políticos europeos. Pero de lo que se trata, para los ciudadanos, es de transferencias de soberanía y de controles democráticos.

Muchas cosas van a cambiar y, entre ellas, las relaciones laborales y el papel de los sindicatos. La revolúción industrial llevó aparejada, precisamente, la aparición de éstos, en un proceso lento y mucha veces dramático. La nueva revolución tendrá también su influencia en ese mundo, aunque de distinta naturaleza.

Si hemos de creer a los expertos de la Comisión, "la unión monetaria comportará un cambio global en el que los requerimientos macroeconómicos se dirigen, clara y creíblemente, hacia la estabilidad de la nueva moneda". Consecuentemente, este nuevo marco macroeconómico "afectará a la forma en la que se establecen en el mercado laboral los salarios y las condiciones de empleo". "En la Unión Monetaria", prosigue el documento, "al darse cuenta sindicatos y empleadores de que ya no existe la posibilidad de devaluar las monedas nacionales, los acuerdos sobre salarios variarán acordemente". Y remacha: "Por lo tanto, en la hipótesis de unos sindicatos racionales, completamente adaptables, se puede esperar la aparición de una conducta sobre salarios compatible con el empleo".

Es decir, entre las cosas que van a cambiar no figura el progresivo acercamiento de los salarios en el seno de la UE. Es cierto que puede existir la tentación -dado que será tan fácil comparar lo que gana un colega en otro país europeo-, pero la verdad es que los niveles de desarrollo y los índices de competitividad seguirán siendo diferentes y que cualquier intento de "nivelar" salarios se traduciría en más paro. Unos sindicatos racionales comprenderán que la revolución de 1999 no pasa por los sueldos.

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