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La buena estrella de Chernomirdin

El primer ministro ruso, cinco años al frente del Gobierno, se presenta como el más sólido candidato a relevar a Yeltsin

El primer ministro ruso, Víktor Chernomirdin, acaba de cumplir cinco años en el cargo políticamente fortalecido, con sus aspiraciones presidenciales más sólidas que nunca y con el líder del Kremlin, Borís Yeltsin, internado en un sanatorio de las afueras de Moscú, lo que inevitablemente ha vuelto a suscitar especulaciones sobre la carrera para sucederle.O mucho cambian las cosas de aquí en adelante o este hijo de un conductor de camión y antiguo obrero, que se forjó desde abajo en las filas del aparato comunista y que se lanzó hacia lo más alto desde la dirección de la superempresa energética Gazprom, no pasará a la historia como un gran estadista, sino como un experto en la lucha por la supervivencia.

Los cinco años transcurridos desde que Chernomirdin sustituyera al frente del Gobierno, el 14 de diciembre de 1992, al ultraliberal Yegor Gaidar, han visto rodar muchas cabezas y han mostrado la fragilidad de posiciones aparentemente consolidadas. Algo tiene en común con Yeltsin, con quien ha forjado una relación capaz de superar (hasta ahora) todas las crisis: que siempre se las arregla para salir ileso de los accidentes y cargar en las espaldas de otros las culpas de todos los fracasos.

En los cinco años en los que él ha sido primer ministro, se han acentuado las desigualdades en Rusia, se ha enriquecido una minoría y ha aumentado en proporciones desastrosas el número de las víctimas de la transición al capitalismo y la economía de mercado, se ha hundido el tejido productivo hasta el punto de que el producto interior bruto es ahora menos de la mitad del que era hace seis años, se han propagado hasta lo increíble la corrupción en las altas esferas y la actividad de los grupos criminales organizados y han sido humilladas las Fuerzas Armadas herederas del en otro tiempo poderoso Ejército Rojo. Un balance desolador al que cabe oponer una cierta estabilización de la vida política y económica, un inicio tímido de la recuperación y una mejora, aún insuficiente, del marco jurídico.

Pero si Chernomirdin constituye hoy mismo la opción más firme para suceder a Yeltsin en la presidencia en el año 2000 es porque, a pesar de todas estas anotaciones en su columna de debe, tiene una muy importante en su haber: que sabe nadar y guardar la ropa. Sólo así se explica que su reputación saliera indemne del bombardeo del Parlamento en octubre de 1993 y de la catastrófica y humillante guerra de Chechenia. Tal es así que, cuando el pasado octubre se planteó en la Duma (dominada por la oposición comunista y nacionalista) la posibilidad de una moción de censura contra el Gobierno, una de las razones por las que terminó desactivándose es porque la Cámara temía que la crisis terminase con Chernomirdin en la calle y con alguno de sus odiados segundones (Anatoli Chubáis o Borís Nemtsov) como primer ministro.

La Duma echa pestes de ambos y no se atreve a meterse con un Yeltsin que ejerce el poder con una Constitución a su medida, pero se lleva de maravilla con Chernomirdin al que muchos diputados procedentes del antiguo aparato soviético consideran uno de los suyos. Y no les importa que algunas de sus actuaciones en el Parlamento resulten penosas. Poco dotado para la oratoria, hay ocasiones en que 15 minutos de palabrería se traducen en un par de ideas confusamente esbozadas y difícilmente comprensibles. Así ocurrió, por ejemplo, en el debate de octubre, justo después de pronunciar una frase que debería pasar a las antologías del disparate: "Vamos a hablar claro".

Pero no hay que engañarse. Chernomirdin sabe moverse en las pantanosas aguas del poder, tiene buenos amigos en el mundo económico y parlamentario y es un mago en el arte de no ganarse enemigos. No molesta a casi nadie. Todos pueden tratar con él, y ha desarrollado una habilidad especial para tratar con Yeltsin -la auténtica medida del poder en Rusia- sin entrar en esa corte de los milagros con la que a menudo se compara al Kremlin.

En cuanto a la dirección de la política y la economía rusas, parece como si nunca la hubiese marcado efectivamente, sino otros -Oleg Soskovets o Chubáis, por ejemplo- que sobrevaloraron sus habilidades para moverse por los pasillos del poder. Su principal trabajo parece ser el de garantizar (junto con Yeltsin) una cierta continuidad, por encima de, los accidentes en el camino, y el de forjar compromisos con la oposición. Aunque ya hay quien señala que ha dejado de serle tan útil al presidente que ha tomado afición a resolver personalmente crisis con el Parlamento.

Pero es que Yeltsin no es eterno, y su hospitalización actual lo ha vuelto a poner una vez más de relieve. Con Yeltsin vivo y sano, Chernomirdin sería una opción muy seria para sustituirle en el año 2000, aunque no la única. Netmsov y el alcalde de Moscú, Yuri Luzhkov, son las otras dos más consistentes en las esferas próximas al presidente. Pero, si éste falta, Chernomirdin se convertiría en la más probable solución de compromiso; aunque sólo fuera como mal menor para evitar peligrosas convulsiones.

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