La grosería mecánica
Día de monte, día de naturaleza; aparco el coche abajo, en el pueblo. Inicio el ascenso al monte por un sendero de cabras, piedras, guijarros y cagarrutas de oveja; mis constantes se alteran dispuestas a recibir un día de salud; respiro hondo, mi sangre fluye enriquecida por el aire puro que llega a mis pulmones; llevo una hora y el espectáculo es admirable; me detengo absorto, hechizado por lo perfecto, tengo ante mí una tupida y gruesa alfombra de hojarasca, diez clases de árboles, miles de tonalidades que un genuino otoño regala, luces recortadas, claridad engañosa, cantos de aves que me saludan y un silencio total; olor a humedad vegetal, a vida, a simbiosis; cortezas, piñas, ramas, tallos; todo es armonía, todo es admirablemente perfecto.En pocos segundos ocurre la mutación; un monstruo mecánico, lujoso, brillante, caro, sofisticado y grosero irrumpe en el paraíso; suena el claxon, suena el motor, deja en el aire puro su impronta contaminante, deja en el suelo aceite, rompe y destruye. El 4 x 4, al desierto.-
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