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El reciente cine inglés trae un nuevo aire de realismo social a las pantallas

El éxito de 'Full monty', síntoma de la pujanza del género

Miguel Ángel Villena

"No somos guapos, pero la gente hace cola para vernos". Pocas veces un lema publicitario ha acertado tanto con la definición de un cine como el británico, que triunfa en Europa a base de una receta de comedia agridulce, realismo social, bajos presupuestos y actores desconocidos, pero muy profesionales. Es decir, todo lo contrario del espectacular y, en muchas ocasiones, vacío cine de efectos especiales de Hollywood. El citado anuncio de Full monty, una lúcida y divertidísima película que han visto ya más de dos millones de espectadores españoles, demuestra que un estilo que parecía tan desfasado como el realismo social hace furor.

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Sin equivalentes españoles

Un variopinto grupo de parados de una zona minera de Inglaterra decide montar un espectáculo de strip-tease masculino sólo para mujeres con el objetivo de salir de la miseria. A partir de ese momento, sus vidas adquieren otro sentido. Encabezado por el único actor conocido, Robert Carlyle (La canción de Carla, de Ken Loach), un equipo de magníficos secundarios a las órdenes del director debutante Peter Cattaneo (Londres, 1963) ha arrasado con una historia que conjuga primeros planos narrativos y peripecias individuales con el paisaje de fondo de una ciudad (Sheffield) devastada por la crisis industrial. Premios en varios festivales europeos y un impresionante éxito de taquilla en muchos países, comenzando por el Reino Unido, donde ya ha recaudado 7.884 millones de pesetas, avalan la frescura del cine británico actual.No deja de resultar sintomático que mientras el yate real Britannia, emblema del poderío británico durante 44 años, concluye su última misión, películas politizadas que arremeten contra el sistema, como Full monty, Tocando el viento, de Mark Herman (Yorkshire, 1954), Secretos y mentiras o Dos chicas de hoy, de Mike Leigh (Salford, 1943), ofrezcan una visión dura e iconoclasta de la Inglaterra de hoy. "Supongo que en un día soleado, desde aquí, divisas la lucha de clases", exclama Hannah al ver un piso de lujo en la orilla más distinguida del Támesis. Una frase que demuestra que el cine radical no está reñido con el humor.

Este pujante resurgir del cine británico, cuyo único precedente se encuentra en los airados directores del free cinema de los años sesenta, discurre en paralelo a los profundísimos cambios que ha vivido el Reino Unido en los últimos años. Después de que los Gobiernos conservadores de Margaret Thatcher y John Major devastaran las esperanzas de una generación entera, los británicos comienzan a despertar de la modorra tory. Los laboristas barrieron en las elecciones del pasado mayo; la monarquía vive sus horas más bajas tras la muerte de Diana de Gales; se discuten estatutos de autonomía para Escocia y Gales; y las negociaciones a múltiples bandas tratan de cerrar la herida abierta en el Ulster. La vieja Union Jack se transforma, no cabe duda.

De este modo, el paisaje real y realista del Reino Unido estalla en las pantallas de la mano de directores que, en casos como Cattaneo o Herman, eran apenas unos jovencitos cuando comenzó a gobernar la dama de hierro. Formados en la televisión los realizadores o en las modélicas escuelas interpretativas los actores, plasman relatos cotidianos, historias de la vida, con una fuerza cinematográfica que no tiene parangón en Europa. Los personajes son obreros en paro, estudiantes sin futuro, amas de casa amargadas o mineros en huelga, y las ambientaciones discurren, por aquello del presupuesto, en interiores sórdidos de barrios periféricos. Narraciones de perdedores, en suma, pero que afronta el futuro con rabia e ironía. Una sabia mezcla que ha conectado con millones de espectadores, desde Australia a España, pasando incluso por Estados Unidos.

"El cine realista es más interesante que las fantasías de cualquier director. Una película debe ser honesta y veraz". Así de rotundo se ha mostrado más de una vez Ken Loach (Londres, 1936), auténtico maestro y punto de referencia de los nuevos directores británicos. Declaradamente de izquierdas, odiado por el poder, inconformista, Loach ha trazado una trayectoria coherente que cuenta con títulos como Agenda oculta (1990), Riff raff (1991), Lloviendo piedras (1993) o la impresionante Tierra y libertad (1995). Loach se ha convertido, sin duda, en el mejor cronista de la clase obrera británica y no ha eludido asuntos tan espinosos como el IRA. Y su valiente actitud ha creado escuela.

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