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La hache de Kohl

Posible diálogo entre dos jóvenes estudiantes, pongamos por caso:-El canciller alemán, ¿no se llama K-o-h-l? ¿Con la h detrás de la o?

-No, se escribe K-h-o-l; primero va la h y luego la o. Lo he visto así en EL PAÍS.

Este diálogo no es una invención del Defensor del Lector. Es un supuesto al que otorga verosimilitud un lector barcelonés, Clemens Bieg, y que pone como ejemplo de la función normativa que, a su juicio, ejerce EL PAÍS respecto del uso de la lengua castellana, y de la que "quizá no sean conscientes los redactores que escriben en sus páginas". De este sentimiento sobre el papel normativo de la prensa, y en concreto de EL PAÍS, respecto del uso del lenguaje participa con mayor o menor intensidad la generalidad de los lectores. De hecho, es el motivo concreto que induce a muchos de ellos a ponerse en contacto con el Defensor del Lector. Las cuestiones del lenguaje les preocupan incluso más que las de contenido informativo. Una lectora de Madrid no pudo permanecer callada ante la contumacia de escribir el nombre del fiscal cubano Enrique Núñez Grillo sin la tilde en la u de su primer apellido a lo largo de una crónica desde Cuba (El fiscal cubano pide 20 años en el juicio contra un estadounidense acusado de conspirar, EL PAÍS de 7 de noviembre), y no le importó dedicar parte de su tiempo a conversar largamente sobre el tema con el Defensor del Lector. A algunos podrá parecerles exagerada esa reacción, pero ello no evita que esa incorrección constituya una "falta de respeto a la lengua" como afirma esta lectora.

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La incorrecta ubicación de la hache en el apellido del canciller alemán fue la gota que colma el vaso en el caso del lector barcelonés. "Me parece", señala este lector, "que a estas alturas -catorce años son muchos al frente de la cancillería-, y por muchos o pocos duendes que haya o deje de haber, por exiguos que sean los conocimientos que el o la periodista tenga sobre la lengua alemana, por mucho que el error sea atribuible a la fuente, por febril que sea el ritmo de trabajo poco antes del cierre, etcétera, me parece, digo, que a estas alturas cosas como ésta no deberían ocurrir". Pero ocurren y seguirán ocurriendo, lamentablemente. Siendo lo más preocupante que el reconocimiento del error no lleve aparejado en muchos casos un sincero propósito de enmienda por parte de quien lo comete. El que señala el lector barcelonés se produjo en Gente, de una forma bien visible en el título y por cuatro veces en el texto en negrita, pero no es, ni mucho menos, el único relacionado con el emplazamiento de la hache en el apellido del canciller alemán.

Algunos lectores proponen medidas drásticas contra el infractor gramatical. Un lector de Madrid, Eulogio Vila, pide poco menos que el despido del autor -"no merece ser cronista de EL PAÍS", dice- de una, por otra parte, excelente crónica de ambiente sobre el último partido de la Liga de fútbol entre el Madrid y el Barcelona por dejarse sorprender por una concordancia incorrecta con el sustantivo hambre. Escribir "mucho hambre" en lugar de "mucha hambre" desmerece, sin duda, de un texto de sólida factura literaria, pero en este caso habría que admitir como atenuante la tendencia, muy extendida en el lenguaje hablado, a masculinizar la concordancia con algunos sustantivos femeninos que por herencia histórica utilizan el significante el, como es el caso de los que comienzan con /á/ o lhá/ acentuadas (agua, águila, hambre, hacha, habla, etcétera). Pero si hubiera reincidencia, el lector tendría mayor motivo para ser tan drástico.

Otros lectores, en cambio, muestran una actitud suplicante. Es el caso de Rafael Angel, de Valencia, que pide humildemente al Defensor del Lector que a los valencianos se les denomine como lo que son y no con el nombre genérico de levantinos, una denominación muy frecuente en la sección de Deportes y en la información sobre el tiempo, pero que se cuela por doquier. Nicolás Sosa, de Santa Cruz de Tenerife, admite que "no se les puede pedir a los redactores conocimientos especiales de cada materia, pero me parece que un elemental rigor no hace daño". Este lector no considera correcto hablar de "un delfín de seis metros de envergadura [EL PAÍS de 22 de noviembre], ni siquiera en el improbable supuesto de que, con las aletas pectorales extendidas perpendicularmente a su cuerpo, la distancia entre sus puntas alcanzara dicha longitud". Dice bien. Lo acertado habría sido hablar de "un delfin de seis metros de largo", pues, de momento, el Diccionario de la lengua no atribuye al término "envergadura" el significado de "tamaño de algo o de alguien".

El lector barcelonés citado al inicio de esta columna hablaba de la función normativa que, a su juicio, ejerce EL PAÍS respecto del uso del lenguaje. Juan W. Krakenbreger, un lector de Madrid, plantea el mismo tema en forma de interpelación a los redactores de este periódico: "¿No os dais cuenta en EL PAÍS que debéis dar ejemplo, que tenéis una función educadora (sin que ése sea vuestro propósito, pero las cosas son así), y con ello una responsabilidad?". Efectivamente, la función del periodista no es otra que la de informar con rigor y honestidad. No es, pues, un educador, tampoco un moralista, un predicador, un político... -pocas cosas hay tan peligrosas como un periodista metido en esos menesteres-, pero debe ser consciente de la responsabilidad que contrae cuando escribe.

Autoras olvidadas

Una lectora, Nieves Paradela Alonso, se extraña de que en la información sobre la presentación de Historia de las mujeres de España (EL PAÍS de 21 de octubre, sección de Sociedad) se omitiera el nombre de las autoras de la obra. "El título de la obra está", señala, "la editorial también se cita, hay un breve resumen de su contenido e incluso dos de los presentadores de la obra aparecen mencionados con sus nombres y apellidos respectivos (Javier Tusell y José Luis Sampedro). Todo y todos identificados..., salvo ellas, las autoras, quienes quedan reducidas a un genérico y poco preciso 'cuatro profesoras de historia". La lectora afirma con ironía que "no deja de tener su gracia que pocas líneas después Javier Tusell denuncie justo aquello en lo que -imagino que involuntariamente- ha incurrido el periodista: '[La de las mujeres] es una historia silenciosa, oculta, de alguna manera invisible'. Pues si queremos que no lo sea más, empecemos por conocer sus nombres, además de sus obras, ¿no?".Tiene razón la lectora. Constituye una omisión imperdonable desde el punto de vista periodístico -sean mujeres u hombres los protagonistas de la historia- olvidarse del nombre del autor en una información referida al acto de presentación de un obra. No hace falta invocar la autoridad del Libro de estilo para convenir que uno de los datos informativamente más relevantes en ese supuesto es, junto con el título de la obra, el nombre de su autor o autores. No teme el Defensor del Lector invadir ningún espacio vedado si colma la laguna informativa denunciada. Las autoras de la obra Historia de las mujeres de España son Elisa Garrido, Pilar Folguera, Margarita Ortega y Cristina Segura.

Los lectores pueden escribir al Defensor del Lector por carta o correo electrónico (defensor@elpais.es), o telefonearle al número (91) 337 78 36.

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