Zarandear jueces
Parece lógico pensar que esto de los jueces es muy importante en un Estado de derecho y de derechos. Así se deduce de la Constitución, que, al enumerar los derechos fundamentales, incluye entre ellos el derecho a la tutela judicial, lo que hace de los jueces la última referencia para que esos derechos sean una realidad en cada sujeto, y para que se restablezca su vigencia cuando han sido ignorados o menospreciados por alguien, muchas veces situado en cualquiera de las frondas del poder político, pero también en situaciones puramente privadas. De modo que éste es un sistema de jueces, no en el sentido de que los jueces gobiernen o deban gobernar, sino en el de que sin sistema judicial el Estado de derecho o de derechos es pura filfa.La calidad del sistema y de sus componentes es uno de los elementos que determinan la calidad del sistema político de derecho y de derechos que define la Constitución. En la medida en que los jueces no hagan bien su trabajo, el Estado de derecho y de derechos estará más en el papel y menos en la realidad vivida, aunque, desde luego, un buen Estado de derecho y de derechos no luce sólo con magníficos jueces, éstos no son capaces, por buenos que sean, de restablecer el orden del derecho y de los derechos si otras instancias, que también están obligadas a cumplir las leyes, no se comportan como cuidadosas observantes de las mismas.
La principal fuente de vulneración de derechos, cuantitativamente hablando, son las diversas administraciones públicas, a cuyo frente se encuentran, de un modo u otro, los políticos que se insertan en eso que llamamos el poder ejecutivo, y buena prueba de ello es que la jurisdicción más ahogada por el cúmulo de asuntos es la contencioso-administrativa, la que tiene por misión corregir los desmanes de ese poder ejecutivo y administrativo, al que con demasiada frecuencia los jueces tienen que enmendarle la plana.
Pero no es esto, que bien merecería una mayor atención pública, lo que quiero señalar especialmente, en este caso sino la conducta (palabras y hechos) de muchos políticos, y aún conspicuos, en relación con los titulares del Poder Judicial, jueces y magistrados. Consiste en zarandear a los jueces ex ante (muy frecuentemente) o ex post (casi siempre) las sentencias que les incumben; como si el zarandeo fuera el mejor procedimiento para que caigan sentencias excelentes. Cuando la sentencia no dice exactamente lo que el jefe político del clan político que sea estima que debería haber dicho, voces solemnes, ruidosas, templadas (a veces) o destempladas (casi siempre) arremeten contra los autores de la misma, y, lo que es peor, contra los aparatos judiciales, contra el sistema judicial, contra ese delicado mecanismo que es el último puerto de abrigo frente a los derechos vulnerados.
Algunos comentarios sobre la sentencia que ha condenado a dirigentes de HB van por ese camino: la sentencia está mal porque el sistema está podrido de veneno político; pero otras sentencias no menos ruidosas en casos de incidencia política obvia han merecido, de algunos correligionarios de los implicados, comentarios no menos descalificadores de los jueces y del sistema judicial, con la incongruencia añadida de que previamente proclamaron que las decisiones judiciales eran el único criterio de discernimiento entre el bien y el mal. No me refiero, claro, a los justiciables concretos de cada caso; se comprende su enojo. Sí me refiero a responsables (es un decir) políticos de toda laya que reaccionan, cuando les pica, contra el sistema mismo, contra su esencia, en denuncia de que un mal tan grave aqueja al meollo de la institución que, fíjense ustedes, la sentencia no ha salido como nos convenía (políticamente) que saliera.
Zarandear y varear puede ser un buen sistema para recoger aceituna de molino, pero no para la de verdeo, que requiere en general otro mimo cosechador. No son políticos los únicos que se dedican al innoble ejercicio del zarandeo judicial; otros, que no lo son, han dado y dan ejemplos insignes de esa técnica para encarrilar por donde convenga la conducta de los jueces. Pero los políticos que imperan en los partidos son, al fin, los últimos responsables de la andadura de la cosa pública. No sé cómo se dedican tan alegremente a zarandear y varear. Bastante delicado, frágil, quebradizo, enfermizo y mustio está, por méritos propios, este que podríamos llamar árbol de la justicia en España. No sé cómo esperan que quede después de la aplicación de la pedagogía del zurriago político, de estas delicadas técnicas de convicción. Qué quieren, entre los responsables hay mucho irresponsable, me parece.
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