Gran semana de la metáfora
La semana ha sido pródiga en metáforas, o así me parece. Para empezar, lo de la nieve y la Constitución. Mientras el Congreso se abría felizmente a los españoles -yo soy de las memas que se emocionan cuando ven al pueblo llano ocupando los escaños y disfrutando de Parlamento libre-, los españoles propiamente dichos permanecían atrapados en los caminos de la propiamente llamada España, en lo que se me antoja una metáfora tan realista que pone los pelos de punta. Imaginen un país que sólo existe en los discursos triunfalistas de los políticos: un país en el que, sobre el terreno, no tenemos a quién acudir cuando nos sentimos en apuros. Es más: un país en el que nadie te avisa cuando van a producirse apuros. Y aún es más: un país por cuyos caminos públicos transitamos como indeseables gracias a que los encargados de velar Por ellos y nosotros nos tratan como a indeseables que violáramos una posesión privada. Para metáfora, tampoco es manca la de miles de personas atrapadas dentro del pavoroso artefacto en que puede convertirse el auto que se os vende como la escapada a la felicidad.En relación con políticos, una metáfora que colea del domingo anterior, de cuando los árbitros de Segunda B, o cualquiera que fuese su categoría secundaria, sustituyeron a los bocazas de Primera sin que el mundo se derrumbara, yendo la cosa incluso mejor. ¿No se les ha ocurrido que a los partidos les iría más boyante, y a nosotros con ellos, si dejaran actuar a sus segundones? Y hablando del fin de semana pasado: dejen que me refiera a la metáfora del botones Sacarino, en quien pensé cuando vi a nuestro presidente de Gobierno, señor Aznar, aparecer en el balcón, en la plaza Mayor de Salamanca, junto a Chirac. De repente creí que se hallaba de visita en París, y que el anfitrión era el francés, que parecía un dragón: cosa de la estatura, supongo, o del porte modesto. En cambio, don José María gana mucho con el atuendo Reebook -creo, porque con tanto ordenador estoy medio cegata- de joggista fatal que lució durante su estancia en Lanzarote, a base de camiseta blanca con rayos exterminadores negros dibujados al bies sobre el tórax, pantaloncete negro con un, naturalmente, dragón en el muslillo derecho y banderas españolas en los costados, y calcetines blancos también con pedazo enseña en los ribetes. Para glosar este vestuario no tengo metáforas suficientes.
Aunque sí dispongo de una para acercarme a la reintegración de Marcelino Camacho a la vida política, dentro del contexto de la V Asamblea Post Guillotina de Izquierda Unida, y es la metáfora del regreso de la plática/sin/fin, empezando por el ya probado orador don Julio, siguiendo por el propio don Marcelino (que viene con ganas) y, last but not least, continuando por Sánchez Gordillo, alcalde de Marinaleda y experto en fraseocalipsis now. Si, encima, Madrazo sigue largado allá en Euskadi, en la onda (¿nacionalista/capilar? ¿tonificante de raíces?) de Anasagasti, más vale que, a partir de ahora, salgamos de casa con la tarterita, preparados siempre por si nos pilla el sermón de la montaña.
Estuve en Blanquerna -la librería catalana de Madrid-, admirando la magnífica exposición de fotos del maestro Catalá-Roca. Sale mi barrio, la Rambla, la llegada del Semiramis, las chicas agarradas del brazo que paseaban por la calle, piropeadas por tarugos, en los cincuenta... Y la represión. Metáfora de quién te ha visto y quién te ve: la OTAN en la que ya estamos integrados militarmente nos pide 50.000 soldados para reprimir el norte de África en cuanto se tercie. ¿O para realizar tareas humanitarias?
Quién te ha visto y quién te ve, Curro. Nos pasa como a los italianos. ¿Recuerdan aquella hermosa y trágica película que rodó Visconti sobre la emigración? Rocco y sus hermanos llegaron a Milán desde la Luccania, empujados por el hambre. Hoy expulsan a los albaneses, y ni el Papa (en un ataque piadoso de su lado, Dr. Jeckyll reclama compasión) puede impedirlo.
Metáfora de que la ocultación de la verdad siempre es contraproducente: Winnie Mandela, acusada de ciertas prácticas que, cuando estuve en Suráfrica, en el 87, todos conocían o sospechaban -la vi en Soweto, con sus pretorianos vestidos de amarillo: era un número-, pero no se atrevían a denunciar para no perjudicar a la causa: metáfora del no conviene que nos ha hecho comulgar, a menudo, con ruedas de
molino.
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