Habla, memoria, habla
Cuando se acerca el fin del siglo, y del milenio, proliferan estudios y publicaciones que tratan de sacar conclusiones sobre los grandes avances, pero también los grandes males de los últimos cien años. Intelectuales e historiadores europeos de distinto signo coinciden en que el fascismo y el estalinismo han sido las mayores catástrofes del sigloXX especialmente en Europa. En Francia se está produciendo un vivo debate editorial, mediático y parlamentario sobre el régimen de Vichy (1940-1944). Y cuando algunos creían que en España el pasado franquista había quedado cerrado con la transición democrática a finales de los setenta, y reaccionaron con dureza ante nuestra propuesta de reparar a las víctimas de Franco y hacer un juicio histórico a su régimen, les sorprende la proliferación de signos y contravalores de la dictadura que hace pensar, como dice Román Gubern (El Periódico, 20 de noviembre de 1997), que un revival del franquismo nos invade.Un programa de la televisión pública estatal ha hecho saltar las alarmas. Que 22 años después de la muerte del dictador se realice un programa sobre el franquismo en el que, con una sola excepción, participen sólo voces de la pinza autoritaria e intolerante y conviertan el debate en una ofensiva contra la democracia y la Monarquía parlamentaria es un grave síntoma del deterioro que los principios y valores de la transición han sufrido en los últimos meses sin que los demócratas reaccionen con firmeza. Pero ha habido otros avisos, como el bochornoso abucheo en la plaza de toros de Las Ventas a Raimon y Sacristán, el asunto del himno nacional, algunas interpretaciones del decreto de humanidades, los incidentes en la presentación del libro El sable del Caudillo o el desvelamiento de una lápida de homenaje a Franco en el Instituto de Cooperación Iberoamericana, por sólo citar algunos ejemplos.
Se está produciendo un envalentonamiento de los nostálgicos del franquismo desde que el Partido Popular llegó al Gobierno. Personalmente, no creo que exista desde el Gobierno una estrategia predeterminada de aliento a la extrema derecha, pero no es menos cierto que ésta se encuentra más a gusto ahora que los queconsidera como "suyos" han vuelto al poder después de 20 años de ausencia. Ello explica que en determinados sectores de la cultura (léanse las declaraciones de Nati Mistral, galardonada por este Gobierno con el Premio Nacional de Teatro), en los medios de comunicación (con el predominio que ha adquirido el connotado fascista Jaime Campmany) o en la propia jerarquía católica, con su recordatorio de los miles de clérigos asesinados en la guerra civil y su silencio de los centenares de miles sacrificados por el franquismo, hayan ganado terreno el discurso radical, el antisocialismo y la imagen de las dos Españas.
No hay que olvidar que la extrema derecha, heredera confesada del franquismo, no cuenta en Espana con expresión electoral propia, a diferencia de Francia, Italia o Alemania, donde obtiene el 10% al 15% de los votos, pero ello no significa que no exista, como demostraba el reportaje de José L. Rodríguez Jiménez en EL PAÍS del domingo 23 de noviembre, sino que vota en su gran mayoría por el PP por puro pragmatismo, pero que espera su oportunidad, el desgaste del Gobierno, para manifestarse como opción diferenciada. Para evitarlo, el Gobierno hace de vez en cuando guiños a ese sector.
Es por todo ello que pensamos que el debate sobre Franco y la dictadura, sin duda el periodo más trágico y negativo del siglo XX español, no sólo es necesario como pedagogía política para las nuevas generaciones y como medio de fortalecer la cultura democrática entre los españoles, sino como profilaxis de futuros resurgimientos de partidos o alianzas políticas neofranquistas que pongan en peligro la democracia nacida en la transición de finales de los setenta y la Constitución aprobada en 1978. En realidad, contra lo que opinaban algunos de mis contradictores, el debate ya está abierto. Obsérvese la cantidad, y la calidad por cierto, de artículos de opinión que se han publicado las últimas semanas sobre el pasado y la memoria. En uno de ellos, de Josep Ramoneda, titulado Memoria, amnesia y perdón (EL PAÍS, 7 de noviembre de, 1997), dice su autor: "La memoria no acepta compromisos. Tarde o temprano, el derecho que tienen los ciudadanos a conocer el pasado, derecho de todos, incluidos las víctimas y los verdugos, se abre paso".
A diferencia del periodo de la transición democrática, en el que fue necesario la "suspensión de la memoria" para conquistar y consolidar un sistema de libertades, ahora es preciso recuperarla para preservar la democracia de sus enemigos. Como ha dicho Vidal-Beneyto, uno de los impulsores de las jornadas celebradas sobre la lucha por las libertades durante la dictadura en el Círculo de Bellas Artes de Madrid: "No hay identidad sin memoria. La fragilidad de la democracia española ( ... ) deriva de la ausencia de raíces históricas que la legitimen, de la inexistencia en las memorias individuales y en la memoria colectiva de la materia del pasado.
Añadiría que aún está pendiente una reparación moral colectiva a los millones de españoles que de una u otra forma fueron víctimas de Franco. Tampoco se han producido declaraciones de arrepentimiento de instituciones y personas que tuvieron una especial responsabilidad en el sostenimiento y apoyo de aquel régimen. Las excepciones, que honran a sus autores, procedieron de personas que ocuparon lugares modestos en la jerarquía de la dictadura, como el Descargo de conciencia de don Pedro Laín Entralgo.
No se trata, pues, de desenterrar cadáveres (sic) ni generar odios ni ánimo de venganza, sino de reafirmar los valores de la libertad, la superioridad de la democracia, la grandeza del pluralismo, la importancia del funcionamiento equilibrado del Estado de Derecho. Si nos interrogamos sobre las raíces de lo que está pasando encontramos en el pasado reciente dos errores que, en mi opinión, han influido en el deterioro de la democracia y en el paralelo resurgir del discurso antidemocrático: el tipo de oposición que hizo el PP desde 1989 y, sobre todo, en la legislatura del 93 al 96 y el fracaso de los Gobiernos socialistas en la prevención y vigilancia de la corrupción.
En cuanto a lo primero, el nuevo grupo dirigente del PP no había protagonizado ni participado en la transición democrática y pensó que los valores de la tolerancia, el consenso y los grandes acuerdos de Estado eran debilidades que sólo contribuían a obstaculizar su llegada al poder. De ahí parte su política de deslegitimación no sólo del Gobierno socialista, sino de todas las instituciones, Tribunal Constitucional incluido, y la voladura irresponsable de políticas consensuadas por extraordinariamente sensibles como la antiterrorista.
Pero, mientras el PSOE, con nueva dirección surgida en el 34º Congreso, intenta rectificar aquellos errores, el PP, desde el Gobierno, sigue azuzando la crispación intentando aniquilar a los socialistas, controlando autoritariamente el mayor número de medios de comunicación posibles, amenazando e intimidando a los no dóciles, sometiendo a sus dictados al Poder Judicial, desencadenando una caza de brujas entre los funcionarios, introduciendo, en una palabra, el miedo que había sido desterrado hace 20 años de la convivencia entre los españoles.
Por eso es tan importante recuperar la memoria, porque ella nos llevará a redescubrir que determinados comportamientos, gestos y actitudes conducen inexorablemente a ciertas conclusiones y situaciones que la inmensa mayoría de los españoles no desea repetir.
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