Relato de un accidente
Dada la escasez de carreteras donde practicar ciclismo con cierta seguridad en la ciudad de Madrid, la carretera que bordea el recinto ferial Juan Carlos I es habitualmente utilizada por ciclistas aficionados por su bajo nivel de tráfico.Desde hace varios años, la carretera de la zona oeste de los recintos feriales tiene unos grandes pliegues en el asfalto, que si bien para los automóviles puede ser molesto, para los ciclistas y especialmente para las bicicletas de carretera es muy peligroso. Al pasar por encima, si se es consciente de su presencia, supone dar un pequeño salto con la bici y poco más, pero si se pasa sin advertirlos es muy fácil que del golpe brusco de la rueda delantera el ciclista se vaya al suelo. De hecho, la mayor parte de los aficionados tratan de evitarlos, con el peligro adicional que significa invadir la calzada en el sentido contrario.
Al ver este peligro he dado aviso verbal a cuantos policías municipales y patrullas ecológicas (llevan unos pequeños todoterreno pintados de verde) me he encontrado por la zona. Ya me he dado algunos sustos y normalmente evito esta larga recta. Sólo de vez en cuando paso por ella para ver si ya está arreglada.
El sábado (22 de noviembre), después de haber hecho unos cuarenta kilómetros, pasé de nuevo por esta carretera, observando con frustración que seguía igual. Cuando la cogí hacia el sur, en dirección hacia el parque, iba pensando que con las sombras de los árboles que hay a la derecha podía ser aún más difícil detectar esos malditos pliegues.
Un segundo después, y a pesar de toda mi precaución, me estrellé contra uno de ellos. No sé exactamente lo que ocurrió en los momentos posteriores a mi caída ni cuánto tiempo estuve sin conocimiento, ni siquiera recuerdo cómo fue el golpe.
Cuando recobré el conocimiento estaba rodeado de gente que me impidió incorporarme, sólo veía caras que me preguntaban cómo me encontraba. Había una pareja de médicos, también aficionados al ciclismo, que me atendieron mientras llegaron los primeros auxilios. Creo que éstos fueron de la Cruz Roja, que tiene un puesto de socorro dentro de las instalaciones del parque.
Me pusieron un collarín para prevenir lesiones. Por lo visto, la ambulancia que ellos tienen en el parque había salido para atender algún otro accidente. Enseguida llegó una ambulancia, creo que del Samur, que me trasladó al hospital Ramón y Cajal.
Alguien se ofreció a llevarme la bicicleta a casa y avisar de que había sufrido un accidente. Tuvo el detalle de dejar hasta seis mensajes para interesarse por mi estado.
Puede que desde la caída, hacia las 14.30, hasta la entrada en el hospital pasara una hora, pero la ambulancia hizo una parada en el camino para colocar la vía de suero (creo que así lo llaman) con mayor precisión.
Quiero agradecer profundamente a todas esas personas anónimas, cuyas caras apenas recuerdo, que me ayudaron, y especialmente aquellas que amablemente permitieron que me agarrara a su mano durante el tiempo que estuve tendido en el suelo con la cara ensangrentada.
Del hospital salí a las 21.30, con seis puntos en la frente, erosiones por toda la parte izquierda de piernas y brazos y una especie de artritis traumática en la cabeza del fémur que de momento, a las 24 horas del accidente, me impide dar un paso.
Hasta aquí, el relato de los hechos y los agradecimientos.
Quiero denunciar públicamente a los responsables del mantenimiento de la carretera donde sufrí el accidente.
Y a los funcionarios municipales a los que en varias ocasiones he denunciado las deficiencias y el peligro que entrañaba esa vía para los ciclistas.
He podido matarme, y si no lo remedian, puede que alguien aún lo haga-
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