Salvo centralita
Madrid, hospital de San Carlos (vulgo Clínico), Insalud, donde ingresan a mi mujer. La atención, médica y humana, es mejor que buena. Una sorpresa agradable: hay un teléfono junto a la cama; basta alimentar con monedas un cajetín que sirve también para la tele. Me cuentan que lo ha montado una empresa privada; bien por la iniciativa privada, pienso, que actúa, con agilidad allí donde el paquidermo público llega tarde y mal.La sorpresa desagradable, en cambio, surge cuando uno intenta hacer uso del teléfono llamando desde la calle. El número que hay que marcar corresponde a una centralita inteligente (pero no humana), un sistema de reconocimiento de voz que nos pide que pronunciemos, alto y claro, el número de cama con el que deseamos hablar (aunque no todos deseamos hablar con una cama; yo, personalmente, quería hacerlo con mi santa).
En general, no me gusta hablar con objetos inanimados, por inteligentes que sean.
A lo que iba.
La sorpresa viene porque la centralita resulta no ser tan inteligente y hay que marcar tres o cuatro veces antes de lograr dar con la persona buscada. Mi media es un acierto de cada cinco intentos: Puede estar comunicando, pero sobre todo el sistema apenas reconoce mi voz y me encuentro disculpándome con personas que ocupan habitaciones muy alejadas de aquella con la que trato de comunicar. A todas éstas, por descontado, el contador corre, ya que la centralita sí es lo bastante inteligente para ello. Los beneficios, supongo, se los repartirán Telefónica (empresa privada) y los avispados negociantes que han instalado teléfonos, televisiones y cajetines. Es cierto que el problema podría ser técnico, pero en donde yo trabajo existe un sistema semejante que identifica hasta ocho dígitos (el DNI) para informar a los alumnos de sus notas. Claro que estoy hablando de una universidad pública.
Cuando veo cosas como ésta y oigo cantar la loa de la iniciativa privada, me viene siempre a la memoria el nombre de Iniciativas Malone, personaje creado por Chandler, un gángster de corazón de oro y, a su manera, un tipo profundamente moral. Estoy convencido de que jamás habría aceptado formar parte de un negocio como éste.-
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