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Demasiadas voces

Desde que vamos a votar, una ley no escrita se cumple a rajatabla: los partidos de liderazgo dudoso o dividido su fren siempre el castigo de los electores. UCD cayó de lo alto porque allí no se sabía quién dirigía o porque los aspirantes a dirigir pasaban de la media docena. El PCE, aun que nunca estuvo arriba, corrió una suerte similar por las expulsiones decididas por su veterana dirección. La matriz originaria del PP, Alianza Popular, perdió una década buscando al dirigente capaz de sustituir a un Fraga fracasado en su pretensión de romper aquel célebre techo encima del cual había anidado la anhelada pero siempre elusiva mayoría natural que sólo Galicia ha regalado al tenaz político. Hoy, esa indeterminación que liquidó a UCD y hundió al PCE entre 1979 y 1982, que bloqueó a Alianza Popular entre 1982 y 1989, puede provocar en el PSOE un deslizamiento hacia niveles conocidos por otros socialismos europeos pero olvidados en España, los situados por debajo de la línea de flotación de un partido con aspiraciones de gobierno.La severa derrota del partido socialista en las elecciones autonómicas de Galicia obedece al cruce de varios factores, sin duda, pero quizá tenga algo que ver en ella la vacilación que el público percibe al identificar a su secretario general como el candidato a la presidencia del Gobierno. Nos hemos dado una Constitución que, al apuntalar de manera tan notoria la estabilidad del Ejecutivo y la primacía de su presidente, ha generado una especie de presidencialismo con decisivos efectos para la identificación de un partido con un líder. En la práctica, más que unos diputados, más por tanto que un cuerpo legislativo, aquí se elige siempre un presidente de Gobierno. Se dirá que en Galicia no estaba en juego esa presidencia sino la de. la Xunta y así es, pero nadie ignora que las elecciones autonómicas indican por dónde se encamina el electorado y que jamás se han producido cambios bruscos y profundos entre los resultados de un ciclo autonómico y los obtenidos en las inmediatas elecciones generales.

Ese presidencialismo que emana del texto constitucional, y que se ha reforzado por nuestras costumbres políticas y por la propaganda partidaria, obliga a despejar dudas y cortar de raíz cualquier hipótesis que haga planear sobre los electores la sospecha de que el líder de un partido político no ha resuelto la cuestión de si es o no candidato a la presidencia del Gobierno porque ahora no toca hablar de eso. Respecto a esta cuestión, asegurar que ya se decidirá cuando toque, o sea, en un indeterminado futuro, significa introducir un considerable grado de duda acerca de si, en el presente, el secretario general lo es plenamente -lo que implicaría, de acuerdo con el uso establecido, que es indiscutible candidato a la presidencia del Gobierno y que, por tanto, de ello no hay ni que hablar porque va de suyo- o lo es sólo en la administración y dirección de su partido, dando lo demás en el aire.Con las generales todavía lejos, la demora quizá podría justificarse si ese aire no se viera surcado por aves que han perdido el rumbo de su vuelo. La permanente salida a escena, con sus voces destempladas, de dos dirigentes que han marcado más de 20 años de la historia del partido socialista siega bajo los pies la hierba en la que Almunia desearía ver fructificar su trabajo, dejando que el tiempo haga su obra, que se asiente una dirección más colectiva y que, yendo las cosas por sus pasos, el PSOE pueda reconstruir un proyecto atractivo para una coalición de electores similar a la que le dio el triunfo durante tantos años. En ese plan a medio plazo, decidir el candidato a las próximas. generales no corría prisa, pero tantas aves en vuelo y tantas voces en los medios, soltando cada una la primera burrada que se le ocurre, componen un coro desafinado que, sin atraer a nadie, puede incitar a una parte del público a abandonar la sala antes de tiempo.

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