Pero, ¿tiene ganas el PSOE?
Todo en el político laborista británico Clement Attlee contribuía a hacer de él un personaje intrascendente y descolorido. Los historiadores han llegado a decir de él que lo extraño de su figura era lo ordinario que resultaba. En esas condiciones no tiene nada de particular que los apodos que se le adjudicaron no le dejen precisamente bien: lo habitual era llamarle Clem the Clam, algo así como Clementito el Almeja. Incluso Bevin, para alabar su lealtad, magnificó su enorme capacidad... para autoborrarse. Sus enemigos, como es natural, le hicieron objeto de las pullas más sarcásticas. Todavía recuerda en el Parlamento británico la que le dedicó Churchill: "Llegó un taxi vacío y de él salió Clement Attlee". Pero lo cierto es que en un momento de energía conquistó un largo periodo de gobierno. Cuando el gran intelectual de su partido, Harold Laski, hizo determinadas apreciaciones contraproducentes, le obsequió con una frase rotunda -"Contemplaríamos con agrado el ejercicio del silencio por su parte"- que le convirtió en líder indisputado y en primer ministro.La anécdota viene a cuento acerca de la situación del partido socialista tras la reciente derrota en Galicia. En realidad resulta relativamente fácil arrellanarse confortablemente en la oposición y no tomarse la molestia de convertirse en alternativa. De hecho, así sucedió en España con la derecha en 1982 a base de enarbolar un candidato imposible, el ahora victorioso Fraga. Todo eso no hubiera tenido inconvenientes graves de no ser porque, como aquella experiencia testimonia, la ausencia de alternativa en una democracia produce de forma inmediata un descenso en la calidad de la misma para todos los ciudadanos. A pesar de lo que opinen gran parte de sus votantes, las peores cosas en el gobierno del PSOE se hicieron en su primera etapa y la razón estriba tanto o más que en defectos propios en la ausencia de control. Hoy los socialistas en la oposición deben dejar ya de pensar en la "derrota dulce" o en la inevitabilidad de que en el próximo turno les tocará el poder sin ningún esfuerzo por su parte. A pesar de que las limitaciones del PP son claras a estas alturas, bien podría suceder que en 1996 hubieran ganado para ocho años o que en la próxima elección acrecienten su ventaja. Cuando Felipe González decidió lanzar la polémica sobre la confesionalidad marxista de su partido empleó, según parece, una cazurra sabiduría rústica según la cual para que maduren los higos es preciso mojarles el culo con un poquito de aceite. Si el PSOE lo necesitó entonces quizá no le vendría tampoco mal ahora una buena dosis.
Alnyania se parece poco a Attlee: más bien da la impresión de seriedad y solidez hasta el punto de que en la derecha hay quien ha empezado a alabarle contraponiéndole a los anteriores líderes. Pero a veces da la sensación de que debiera pegar un bocinazo como hizo Clementito el Almeja. La actuación de Guerra en Galicia ha sido la inconveniencia pura y duplicarla con una propuesta de reforma constitucional, cuando tendría que comportarse como un jubilado, no sirve más que para crear confusión. El propio González, aunque bienintencionado, colabora a ella. Aunque le cueste, debiera practicar la capacidad de desvanecerse del líder laborista si quiere ser verdaderamente complementario de Almunia.
En otros aspecto debe cambiar el PSOE. Todo su comportamiento en estas elecciones ha aparecido entre en exceso confiado, desganado y frívolo. Perdurará en él si elige como explicación trompetear españolismo, cuando la crecida de los nacionalismos no es otra cosa que la prueba de las limitaciones de los otros partidos. La enseñanza clara que las elecciones gallegas ofrecen es que el voto de la izquierda puede escapar en otra dirección, pero, además, que si el PSOE quiere gobernar deberá crecer hacia el centro. Así lo hizo González que, durante su etapa de gobierno, estaba 20 puntos por encima de su partido en el aprecio de la opinión.
Y deberá decir con más claridad y entusiasmo lo que quiere hacer con el país para demostrar sus ganas de gobernarlo. Sobre esto tengo una cita prosaica que aparece en un reciente libro sobre Fraga. Cuéntase en él que Ava Gardner después de haberse acostado con Mario Cabré le preguntó qué quería hacer. Y el torero respondió, con velocidad meteórica: "Contarlo". Quizá Almunia debería hacer una sabia mezcla entre la doctrina Cabré y la doctrina Attlee.
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