Vietnam se atasca en el miedo al cambio
El escaso carisma de sus dirigentes y el temor al desorden social impide la apuesta por la reforma del sistema
¿Cómo creer que todo ha cambiado en Vietnam? Hanoi forma parte de esas escasas ciudades de Asia que no han enterrado su pasado bajo un bosque de torres de cuarenta pisos conectadas por nudos de intercambiadores elevados. Al menos, no todavía. Las reformas puestas en marcha en 1986 por el Partido Comunista de Vietnam, bajo el nombre de Doi Moi, aún no han transformado esta ciudad, donde se codean casas coloniales tipo Île-de-France (como las de las afueras acomodadas de París), edificios inspirados en el realismo arquitectónico, neoestalinista y callejuelas estrechas siempre atestadas de carricoches, bicicletas y, en las horas punta, ruidosas motos de la burguesía local enriquecida recientemente. Los pocos y flamantes bloques de pisos nuevos permanecen aislados y se alzan como anacronismos en esta ciudad todavía de casas bajas y que de este modo manifiesta que no ha conocido el desarrollo de sus ajetreadas vecinas como Bangkok, Kuala Lumpur, Yakarta o Manila.¿El nuevo equipo en el poder, nombrado hace unas semanas por un partido deseoso de reforzar su autoridad sobre una población amargada por haber sido dejada al margen del enriquecimiento del país desde la puesta en marcha de las Doi Moi, logrará acelerar las reformas, suspendidas desde el último congreso del partido, en 1996? Es cierto que el nuevo presidente, Tran Duc Luorig, y su primer ministro, Phan Van Khai, proceden de una nueva generación. Con 60 y 63 años, respectivamente, tienen más de 10 años menos que sus antecesores y pertenecen a la clase de los tecnócratas, quienes, además de una carrera política dentro del partido, han adquirido competencias técnicas y conciencia de la necesidad imperativa de hacer que Vietnam vaya más lejos en las reformas. Sin embargo, si tanto el uno como el otro, originarios del centro y del sur de Vietnam, regiones menos permeables a la influencia ideológica del norte, están detrás de las reformas de liberalización de la economía que se llevan a cabo desde hace 11 años, dentro del partido no tienen la autoridad política de la generación heroica, esa generación de revolucionarios que construyó Vietnam. Carentes de autoridad personal" dependen más que nunca de la dirección colegiada de un partido que, por encima de todo, valora la estabilidad política y se sirve de un sistema de dirección colegiada para impedir que uno de ellos, por sí solo, tome el poder. Por otro lado, las piezas maestras del anterior Gobierno, funcionarios del partido, han sido mantenidos en el Gobierno actual. El resultado es que, más allá del anuncio del rejuvenecimiento del aparato, dirigido sobre todo a tranquilizar a una comunidad internacional cada vez más inquieta por el estancamiento de las reformas, siguen existiendo debates dentro del partido. Más que nunca, el órgano supremo del poder en Hanoi está dividido entre reformistas y conservadores, civiles y militares, gente del sur, más proclives a favorecer la expansión del comercio a través del desarrollo de las reformas, y gente del norte, todavía esclava del pensamiento del liberador Ho Chi Min. Y las manifestaciones de ira campesina, como la revuelta de 130 municipios de Thai Bilin, en el norte del país, en primavera . pasada, en contra de la corrupción del aparato administrativo local, mostraron, hasta qué punto el partido temía más que cualquier otra cosa los desórdenes sociales, efectos secundarios de unas reformas incontroladas. Además, la aceleración de las reformas, anunciada por numerosos observadores al día siguiente del nombramiento del nuevo equipo, está lejos de alcanzarse.
En primer lugar, porque los efectos secundarios de la primera oleada de liberalización que conoció el país, que fueron el aumento espectacular en los últimos años de la delincuencia, el tráfico de drogas, la prostitución y la corrupción, se insertaron en un tejido social extremadamente frágil. Con una renta per cápita de 270 dólares (40.000 pesetas), entre las más bajas del mundo, Vietnam aún tenía en 1993 -última encuesta de población disponible- a uno de cada dos habitantes por debajo del nivel de pobreza, definido de acuerdo con los criterios locales. Aunque el 80% de la población todavía vive en el campo, muy a menudo, inundado, ha sacado muy poco provecho de la propiedad individual de las tierras. Los beneficios obtenidos de la producción de arroz han ido sobre todo a manos de las empresas estatales que han conservado el monopolio de la reventa de arroz en los mercados extranjeros y el control de los precios del arroz que se pagan a los campesinos. En segundo lugar, porque la población no ha olvidado que algunas reformas se volvieron en su contra: así ocurrió con la privatización de parte de la enseñanza, que provocó un éxodo de profesores hacia las escuelas privadas, donde estaban mejor pagados que en las públicas, y el cierre de algunas de estas últimas.
Además, el propio Phan Van Khai, haciendo malabarismos entre la autoridad colegiada del partido y la vulnerabilidad de una población de 77 millones de habitantes, se mostró muy prudente a la hora de anunciar las reformas solicitadas insistentemente por el FMI y el Banco Mundial. En especial en lo que respecta a las empresas públicas, unas 6.000 sociedades ineficaces, acribilladas a deudas y que sobreviven sólo gracias a las barreras proteccionistas y a las subvenciones del Estado. A la vez que reconocía la necesidad de modernizar su gestión y de transformar parte del capital en sociedades anónimas, Phan Van Khai ha insistido repetidamente en los "medios para hacer frente a las consecuencias de las reformas garantizando la estabilidad económica y social del país".
"Phan Van Khai no es Gorbachov y sigue apoyándose en las redes del norte", explica un observador político en Hanoi. Por tanto, habrá que aguardar al próximo pleno del partido, (en diciembre), y a la sustitución de su secretario general, Do Moi, de 80 años, para saber si Vietnam está verdaderamente decidido a seguir adelante.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.