La reina no es Diana
Desaires y críticas a su frialdad han marcado la visita de la soberana británica a la India
La visita oficial de Isabel II a India concluyó este fin de semana como empezó: con desaires, malentendidos e incidentes diplomáficos. Mientras la reina y el príncipe de Edimburgo caminan hacia el avión de regreso a casa, en el aeropuerto de Madrás, oficiales del Gobierno indio cortaban el paso a su séquito e imponían su autoridad a gritos. Se produjeron forcejeos varios y una diplomática británica minusválida fue maltratada. Isabel II volvió la cabeza con una mirada incrédula.Incomprensión e incredulidad han sido la tónica de este viaje en el que la reina y su consorte se sumaban a las celebraciones del 50º aniversario de la independencia de India y Pakistán, antiguas colonias del Imperio Británico. Los esfuerzos de Isabel II por mostrar un perfil más humano cayeron en el vacío.La prensa india ha contrapuesto la actitud distante de la reina con la espontaneidad que Diana de Gales mostró en su viaje de 1992 y su predisposición a acercarse a las personas desfavorecidas. Y, de momento, sólo resuenan los fracasos diplomáticos de la delegación británica y la admisión por parte de la Isabel II de su desfase con los tiempos modemos. "Siento que el mundo está cambiando demasiado rápido para sus habitantes, al menos para nosotros, los mayores", protestó durante su itinerario oficial esta soberana que vio la luz por primera vez en abril de 1926. Los malentendidos comenzaron en suelo paquistaní. En el transcurso de una recepción en Islamabad, Isabel II invitó a los Gobiernos de sus antiguas colonias a resolver el conflicto que mantienen desde 1947 en tomo a Cachemira. A sus palabras sutiles se sumó la sugerencia de ayuda o mediación en la resolución del contencíoso por parte del ministro británico de Exteriores, Robin Cook.
Al Gobierno indio, que evita a toda costa internacionalizar lo que considera un problema interno, le ofendió este abuso de confianza de sus invitados. "No creo que fuera necesario hablar de Cachemira. Ensombreció la visita, no hay duda. Sacar a relucir el tema de Irlanda no nos hubiera llevado a nosotros mucho tiempo", comentó esta semana una ministra india. Para empeorar las cosas, la diplomacia británica tan sólo se puso en marcha días después y una vez que el primer ministro indio, Gujral, denunciara al Reino Unido como "una potencia de tercer grado". Los desaires tomaron desde entonces una dirección doble. Oficiales de la Marina británica se quejaron de no haber sido invitados a la inauguración de la feria comercial en Nueva Delhi. Diplomáticos indios protestaron por su parte de que el nombre de la reina resaltaba por encima del de su presidente en las invitaciones a una exposición.
Ella misma protagonizó quizá la mayor ofensa a las autoridades indias. El itinerario le llevaba el día 14 a Amritsar, escenario de una matanza de civiles por parte de las tropas imperiales. Según Mark Tully, ex corresponsal en la India de la BBC, el primer ministro indio desaconsejó la parada en esta zona del Punjab a no ser que Isabel II estuviera dispuesta a disculparse en nombre de sus antecesores. "Las reinas no se disculpan" es la respuesta que según Tully recibió Gujral por parte de los diplomáticos británicos. El príncipe Felipe, por su parte, escarbó en heridas aún sin cicatrizar poniendo en duda el número de víctimas en uno de los más terribles incidentes del Raj. "¿Dos mil muertos? Eso no puede ser cierto" dijo el duque a la entrada del Memorial.
Al día siguiente el Gobierno indio negaba la palabra a la reina durante un banquete que, como ocurre con cada fase de un viaje oficial, había sido organizado hacía meses. La excusa oficial respecto al cambio de acontecimientos apuntaba que los invitados a la India sólo dan un discurso, e Isabel II ya lo había hecho en Nueva Delhi. Extraoficialmente, este nuevo embrollo se debió, dijo un portavoz del Gobierno indio, a "la ineptitud de los británicos".
Para entonces, la prensa de la antigua colonia denunciaba en grandes titulares la "arrogancia" de los británicos. En el Reino Unido se intentaba salvar el buen nombre de su soberana y se lanzaba un dedo acusador contra Robin Cook, el jefe de la diplomacia del Ejecutivo laborista. La sensación de fiasco ha sido tan general que incluso el secretario privado de la reina, Robert Fellowes ha comentado: "El sol no brilla todos los días".
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