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LA CULTURA ESPAÑOLA PIERDE UNA GRAN CREADORA

Su mejor cine fue teatro

Es curioso que la mejor realización teatral de Pilar Miró fuese en el cine: El perro del hortelano, de Lope de Vega, rodada con su texto entero, apenas adaptado, dicho en verso -no exageradamente bien- por los actores. Cenamos una noche de verano en Rosales, al aire, y me habló de ese proyecto. Le dije: "Estás loca", con la franqueza con que! se tenía que hablar a Miró, porque ella misma hablaba así. Brusca, dura: se defendía de ser mujer en un oficio y un entorno de hombres en los momentos en que empezaba su carrera. A veces hubo actores que escaparon de su dictadura y a su obstinación y renunciaron a trabajar con ella; otros se enfadaron en el mismísimo escenario. Aumentaba su estatura, su aire de chicuelo malhumorado.No fui el único que se equivocó en este pronóstico negativo. Naturalmente, a pesar de los precedentes históricos, sobre todo de Shakespeare, y dos o tres muy buenos Cyranos, y el alba del cine en España donde se hacían donjuanes y quinteros terribles, pero valiosos documentos, no se podía creer que ahora, en esta época, fuese a crearse un Lope con calidad real. Las primeras productoras a las que se dirigió no aceptaron; la que lo aceptó tuvo sus propios problemas internos y otros directamente conPilar.

Sin embargo, cuando lo consiguió, hizo una gran obra de teatro no solamente filmada, sino penetrada. "Para que te fastidies, ya lo he hecho", me dijo una noche en un teatro (acudía siempre a los estrenos: fue una espectadora atenta y quizá comprensiva).

La película de aquella locura tuvo todos los premios posibles en España, todas las críticas: hasta público.

Otro Lope hecho en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, El anzuelo de Fenisa, acaba de tener un éxito en Barcelona muy superior al que tuvo en Madrid. Espero que Pilar haya tenido tiempo de leer las críticas, publicadas en sábado y domingo -se estrenó el jueves-, que son extraordinarias. Y espero que no se acordase mucho de lamía. Aunque tuvo, por mi parte, dos muy afirmativas: la de La verdad sospechosa, también en teatro de la Comedia, de la Compañía Nacional de Arte Dramático, y la ópera Carmen. En la primera no fui una excepción. En la segunda, sí. Hizo una Carmen enteramente en blanco y negro, con el escenógrafo Gerardo Vera -con quien ha trabajado otras veces felizmente-, y el público se indignó. Pensé que el equivocado era el público: precisamente porque el de abono, en la Zarzuela, ha sido siempre muy estrecho en estas cuestiones: quieren que las óperas se representen "como toda la vida", y pretenden generalmente que la dirección, la escenografía y los vestuarios sean sólo el marco para el canto y no les distraiga el oído. Es una manera de ver y de oír. La dirección moderna ha podido entrar por la da de los colores entonados en todos los trajes y los decorados, porque a fórmula de lo entonado es la de la elegancia antigua. El blanco y negro de Carmen indudablemente entonado sin colores, que siempre ha sido chillona, siempre con el ojo vivo hacia los centros de escenario, les decepcionó. Fue un escándalo. Sin embargo, algunos encontramos motivos suficientes para justificar la ruptura con, el pasado. También se ha valido Pilar Miró de un medio distinto para entrar en la ópera: la televisión, de la que fue una de las primeras profesionales. Adquirió el amor a la ópera de su padre: la vio desde niña, y la entendió bien. No peor que los grandes aficionados españoles, pero con más libertad -y la palabra libertad es básica para citar el personaje de esta querida amiga en su mutis-, y se encargó de las retransmisiones de la ópera en la televisión. Las estudiaba antes, las veía desde el momento en que se estrenaban hasta el que se autorizaban para retransmitir -o para grabar-, y encontraba siempre los encuadres, los subrayados, las oportunidades del objetivo para encajar imagen y sonido. No hay que olvidar que hizo grandes reportajes; el último, el de la boda de una infanta en Barcelona. Consiguió, con un argumento tan nimio y con unos personajes tan tópicos, hacer una verdadera narración. Yo la vi después, cuando ya la ceremonia no estaba teñida por la actualidad y por las discusiones, y sigue quedando viva como una creación propia: como si todo estuviese a su servicio de directora.

Contaba ella cómo montó en el teatro El anzuelo de Fenisa y cómo la vio al leerla para trabajar en ella; "la aduana, la playa [el puerto de Palermo], un mercado de pescado...". "Una gran mansión mediterránea con frescos de Miguel Ángel, una posada, otra posada, sus fachadas, sus calles. Soldados, caballeros, damas, mozos y mozas, niños, perros. El sonido del mar, el sonido de las calles, sonatas, tarantelas". Es una visión enteramente cinematográfica. Como fue una visión teatral la que tuvo de El perro del hortelano: era su personalidad total, su capacidad de ver y escuchar, la que la llevó a estos espectáculos totales.

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