La parada de los monstruos
El director de cine Ted Browning rodó Freaks -en España; La parada de los monstruos- en 1932. La película, actualmente en cartelera, cuenta la vida de los personajes de un circo y está protagonizada por una pareja de enanos, tres niñas mongólicas con sus cabezas horriblemente desfiguradas, un hermafrodita, una mujer barbuda, un hombre sin extremidades, dos siamesas unidas por la cadera y algunos otros personajes mutilados, deficientes o con extrañas deformaciones físicas tan impresionantes que, según la leyenda, una mañana en que el escritor Francis Scott Fitzgerald fue al rodaje a comer con ellos, no pudo pasar del primer plato: acabó vomitando detrás de una furgoneta.Lo que no se imaginaba Browning es que el modelo de su largometraje se iba a repetir más de sesenta años después, un día detrás de otro, en toda esa serie de programas nocturnos que llenan nuestros comedores de travestidos, curanderos, exhibicionistas, charlatanes, seres grotescos, paranoicos, tipos capaces de acaparar un cuarto de hora de emisión con las teorías más absurdas, la demagogia más barata o las historias más disparatadas. El resultado es un pozo sin fondo en el que caben desde un tipo que jura haberse acostado con una extraterrestre hasta el sello de caucho de los GAL; desde un par de curanderos capaces de sanar cualquier enfermedad mortal poniendo una mano sobre la frente del enfermo hasta un especialista en explosivos para el que la ausencia de pruebas al respecto es justo lo que demuestra que el accidente de Diana de Gales fue en realidad un asesinato.
El espectáculo es a menudo de tal categoría que dan ganas de ir en busca de la furgoneta de Scott Fitzgerald, pero no a causa de los personajes que lo protagonizan, sino por la utilización grosera que se hace de ellos, porque no les ponen ante las cámaras para ayudarnos a comprender y respetar la marginalidad -eso estaría muy bien-, sino para que nos riamos a costa de ellos. Charles Baudelaire es uno de los genios -tal vez su inaugurador- de la poesía moderna precisamente porque trazó en Las flores del mal un relato de los bajos fondos de París lleno de piedad e inteligencia, porque hizo a la burguesía francesa avergonzarse de la pobreza y el dolor que ellos mismos escondían bajo sus palacios. Pero pueden estar seguros de que los conductores de estos programas tienen tanto que ver con Baudelaire como dos monos peleándose por un plátano con una coreografía de Fred Astaire y Ginger Rogers.
Sin embargo, la audiencia justifica los medios, de manera que el circo sigue abierto, ofrece números cada vez más vulgares, escatológicos, soeces, que nos hace recordar lo que opinó el Kansas City Star, el 8 de agosto de 1932, sobre La parada de los monstruos: "El problema es que para hacer esta película sólo ha sido necesaria una mente débil, pero para verla se necesita un estómago muy fuerte".
Para terminar, la competencia lo empeora todo, lo convierte todo en una carrera pozo abajo, lleva al espectador donde cada vez está más oscuro, más sucio. Sin embargo, eso no va a detenerlos. Para ellos no es un problema. Y, en cuanto a nosotros, seguramente aún no hemos visto lo peor.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.