Los socialistas gallegos y la 'filosofía da saudade'
Desde 1950, en que salió de la cárcel, había en el cuarto piso del número 15 de la rua Xelmírez de Santiago un hombre sentado en una mesa camilla. Por allí pasó toda la oposición antifranquista, desde la CNT a Dionisio Ridruejo. Por allí pasaron también ilustres pensadores y escritores que visitaban Compostela, como Jorge Luis Borges. Aquella mesa camilla fue una cátedra no académica para los jóvenes estudiantes con inquietudes políticas y culturales. Allí se forjó, por ejemplo, el primer Beiras. Y por allí pasaron, en la transición, antiguos franquistas, como Antonio Rosón, presidente preautonómico, en busca de consejo democrático.Lo que se impartía allí desde el año 50 era un ideario muy sencillo, basado en tres principios: democracia, galleguismo y europeísmo. Hoy en día puede parecer algo tan evidente como la regla de tres. Lo políticamente correcto. Pero en aquel tiempo del pleistoceno esas ideas eran un bien muy escaso, un fruto prohibido.
Aquel hombre de la mesa camilla se llamaba Ramón Piñeiro y, entre otras cosas, escribió un libro titulado Filosofía da saudade.
Ramón Piñeiro llegaría a ser diputado autonómico con el Partido Socialista de Galicia-PSOE. Le acompañaba, entre otros, el escritor Carlos Casares, el primer español que entrevistó a Olof Palme. Piñeiro falleció y es hoy un honorable recuerdo. En cuanto a Casares, les dijo hace poco a los dirigentes socialistas en unas jornadas teóricas: "O asumís el galleguismo o no tenéis futuro".
Como diría Borges, aquella mesa camilla de Santiago era un aleph. Un mirador global para ver y entender el mundo.
Con la actual coalición, apoyada por UGT y CC 00, los socialistas han reforzado su identidad de izquierdas e incorporado el mensaje ecologista. Pero a lo largo de los últimos años han descuidado una dimensión fundamental del aleph: el galleguismo. Y esto los descentra y los empareda entre un PP que practica el populismo folclorista y un BNG que ha moderado su nacionalismo.Pasqual Maragall no necesita explicar su catalanismo. Se le supone. La distancia que existe entre Maragall y Paco Vázquez, alcalde de A Coruña y secretario general del PSOE gallego, es equivalente a la distancia ferroviaria entre Galicia y Cataluña. A ese tren se le conoce como el Shangai, por la tardanza. Por no aceptar, Vázquez no acepta ni la toponimia gallega y alimenta desde hace años una guerra lingüística tan absurda como aquella que enfrentó a salvadoreños y hondureños por un partido de fútbol. Se ha canjeado la antipatía de todo lo que gira en torno a la cultura gallega. Mientras tanto, Xerardo Estévez, alcalde socialista de Santiago, la ciudad mejor gestionada de Galicia, como reconocerían desde el arzobispo y los conselleiros de la Xunta hasta los alternativos de la sala NASA, es una figura marginal en la campaña.
Es cuanto menos curioso que Paco Vázquez, el hombre que ha sabido solucionar la catástrofe del vertedero de Bens con el proyecto de reciclaje más avanzado de Europa, no sepa lo que vale una mesa camilla. Le pasa lo que al inglés de Chesterton, que recorrió el mundo a la búsqueda de un país exótico hasta que. se fijó en uno lo suficientemente interesante: Inglaterra. Cualquier día de estos Vázquez descubre Galicia. Y ya sólo faltaría que ya los nacionalistas descubriesen Hespaña, aunque la escribiesen así, con "h", como hacía Castelao.
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