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Aplausos en el Congreso

En el Congreso de los Diputados vamos de sorpresa en sorpresa y de alarma en alarma. Hace unos días, el vicepresidente primero del Gobierno, señor Álvarez Cascos, utilizó la tribuna parlamentaria para atacar directamente y con su propio nombre a una empresa privada, el Grupo PRISA, acusando de paso al Grupo Socialista de estar- al servicio de ella, y en vez de escandalizarse por este uso espurio del Parlamento, los diputados y las diputadas del PP aplaudieron a rabiar una y otra vez. La conclusión es evidente: o se han equivocado de escenario o el Congreso les importa un bledo porque la institución parlamentaria no está concebida para esto. Una cosa es la discusión y hasta la pelea parlamentaria entre los partidos políticos, otra que un Gobierno se interfiera en una contienda entre grupos privados, tome partido abiertamente a favor de uno de ellos y dedique sus medios y sus energías a destruir al otro y, además, que lo manifieste públicamente en el propio Parlamento.Más allá de la inconcebible anécdota, éste es un asunto muy serio. En una democracia, las relaciones entre el Gobierno y la empresa, privada se establecen en muy diversos planos, y uno de ellos es, desde luego, el Parlamento. Pero en éste no se legisla contra una empresa determinada o a favor de otra, sino que se establecen reglas para todo un sector o se aprueban directivas para el conjunto de la actividad económica o social. Aquí, en cambio, se está legislando a favor de unos y en contra de otros, con nombres y apellidos y, además, con una clara distinción entre el amigo y el enemigo del Gobierno.

Quizá sea éste un caso de inseguridad personal y colectiva, porque es verdad que el PP vive una experiencia insólita para él: es un Gobierno de derechas que empieza a gobernar sin tener detrás una cultura democrática de gobierno, porque sus antecesores de la derecha española nunca han gobernado en democracia y siempre han tenido una concepción hereditaria del poder político, como si éste les perteneciese por derecho natural, frente a una izquierda formada por intrusos y arribistas sin legitimación ninguna.

Pero así como la derecha anterior pudo gobernar diciendo lo que le venía en gana , suspendiendo las garantías constitucionales una y otra vez y recurriendo al palo tente tieso militar cuando los intrusos de la izquierda pretendían ir más lejos de lo debido, esta derecha se sabe constreñida por los límites que le impone el nuevo sistema democrático y, sobre todo, se siente insegura porque no tiene una mayoría y unos apoyos políticos y parlamentarios suficientes. Y ante la carencia de tradición y la inseguridad reaparecen sus viejos demonios, menos rudos ciertamente, pero demonios al fin y al cabo. Sólo así se explica la tendencia del presidente del Gobierno y de otros dirigentes del PP a calificar todas las críticas como nimiedades, tonterías, ridiculeces y meras anécdotas, que es el recurso típico del que quiere mantener a toda costa una apariencia de autoridad cuando no se siente seguro de sí mismo.

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Aunque lo quisiera -y no la acuso de quererlo-, esta derecha no puede modificar el marco político y constitucional y, por consiguiente, no puede cambiar radicalmente las reglas del juego a su antojo, como hacían sus ancestros. Tampoco puede cambiar el sistema de las autonomías, que no comprende ni acepta de buen grado como lo que realmente es, o sea, como un sistema de redistribución del poder político, y sólo lo aguanta en la medida que le permite tener más cotas de poder como partido. Por tanto, tiene que aceptar la lógica y los límites del sistema parlamentario y autonómico, tiene que negociar un día sí y otro también con unos aliados que ni le gustan ni les entiende, tiene que poner buena cara al mal tiempo y aparentar una serenidad y seguridad en sí misma que poco tienen que ver con su auténtico estado de ánimo y, menos todavía, con su auténtico humor. Y seguramente se consuela pensando que con, ello puede ganar tiempo, pasar aunque sea de refilón el examen de la moneda única y esperar que las cosas le vayan mejor para dar el empujón al que de verdad aspira: gobernar en solitario, sin compromisos ni concesiones.

Pero un día sí y otro también, cuando las cosas no le salen bien o encuentra resistencias más fuertes de lo que esperaba y le pierde la impaciencia, se agarra a lo suyo, a lo que ha mamado, o sea, al viejo autoritarismo de la derecha, considera que algunos. de los límites del sistema son vulnerables y se lanza a forzarlos sin contemplaciones. Es legítimo, por ejemplo, que intente acosar y destruir si le es posible al adversario político principal, los socialistas, porque no consigue despegarse de ellos en la carrera de las encuestas, pero no lo es que para ello se. salte a la torera las reglas de juego. Pero donde le sale la vena profunda de su vieja tradición es en la obsesión por controlar hasta el máximo posible los medios de comunicación públicos y privados, porque aquí no se anda con chiquitas ni con límites constitucionales: va a por ellos, y punto. El resultado, nefasto para la estabilidad de nuestro sistema democrático, es que acaba convirtiendo a todos los que no le son fieles en enemigos públicos ante los cuales no duda en romper reglas de juego que ningún Gobierno democrático puede ni debe tocar, como, por ejemplo, intentar ganar el combate metiendo en la cárcel a los adversarios.

La consecuencia de todo ello es que el PP está en el Gobierno como estaba en la oposición. Entonces acosaba a los mismos enemigos, pero en definitiva se trataba de una dura batalla electoral y utilizaba todos los medios a su alcance, por muy brutales que fuesen algunos de ellos. Lo que ya no era tan previsible es que siguiesen actuando exactamente igual desde el Gobierno. No sé si aprenderán o si rectificarán, pero un país no puede estar a la espera de que sus gobernantes acaben de lidiar con sus demonios históricos y tarden tanto en aprender a gobernar en una democracia moderna, o sea, en una democracia en la que se ganan o se pierden elecciones, pero no se convierte a los adversarios en enemigos a destruir, por mucho que aplaudan sus diputados y sus diputadas.

Jordi Solé Tura es diputado por el PSC-PSOE

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