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Tribuna:EQUILIBRIO DE PODERES
Tribuna
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El poder de la Justicia

JOSEP RAMONEDALa tela que separa al juez del justiciero es tan fina como la que separa a la democracia de la demagogia o al populismo del fascismo

Josep Ramoneda

Desde finales del siglo corto, como llama Hobsbawn al período 1914-1989, la Justicia no ha dejado de conquistar espacios en la escena pública, es decir, de acrecentar la visibilidad de su poder, que es una forma de añadir poder al poder. Es un fenómeno generalizado en toda Europa, coincidente con -a veces, determinante de -la crisis de los regímenes de guerra fría. Los ruidos no deberían impedir oir las voces. Las peculiaridades que el fenómeno muestra en cada país no deben ocultar los problemas de fondo. En España se ha puesto especial énfasis en el exhibicionismo de algunos jueces y en el uso de los procedimientos judiciales en beneficio de intereses políticos o personales poco confesables. Y, sin embargo, la cadena de incidentes en torno a la Justicia que han dado pie a tantas portadas de prensa más que causas son los efectos de una situación nueva que afecta el tradicional equilibrio de poderes en democracia. Naturalmente, cuando a una institución se le abren perspectivas de mayores cuotas de poder siempre hay gente dispuesta a no dejar escapar la oportunidad. Ésta es la principal razón de algunos estrellatos fugaces y de otros quizás no tan visibles pero más permanentes. La psicopatología del poder no afecta exclusivamente a los políticos. Nada humano es ajeno a los jueces.Durante mucho tiempo los tres poderes que configuraban la ordenación estatal vivieron en Europa en un presunto equilibrio que en realidad era un desequilibrio a favor del Ejecutivo. Este desequilibrio era manifiesto en regímenes dictatoriales como el franquista en que el legislativo y el judicial carecían por completo de autonomía, pero también era apreciable en los regímenes democráticos europeos, ya fuera bajo la forma presidencialista francesa o de bloqueo de partidos a la italiana. Al final de la guerra fría estos regímenes se quedaron sin coartada ideológica. Emergieron con toda su fuerza el poder económico y el poder mediático, que aparecieron como dos fortalezas capaces de rivalizar con el Estado en capacidad de actuar sobre las personas y sobre las cosas. De modo que quien realmente quiera mandar sobre la sociedad debe tratar de componer con un juego de poderes cada vez más complejo.Tan pronto regresó al Ejecutivo, la derecha española se cifró como objetivo conquistar posiciones en el poder económico y el poder mediático, empeño al que ha dedicado no pocas energías (y en el que ha dejado algunas plumas como muestran las encuestas). A estas alturas del partido queda una duda: ¿ha sido el Ejecutivo el que ha ganado posiciones en el poder económico y mediático o son algunos poderes económicos y mediáticos los que tienen sometido al Ejecutivo?

Con el poder económico y el poder mediático llamando a la puerta y asaltando la fortaleza del Estado, el equilibrio de poderes ha sufrido sustanciales modificaciones. Tres hechos me parece importante destacar de la nueva situación.

Primero: la confusión creciente entre interés privado e interés público, que se traduce en políticas vinculadas directamente a grupos de intereses, en menosprecio de los intereses colectivos. Las grandes empresas, a mitad de camino entre lo público y lo privado, y en procesos de privatización que aunque cambien su naturaleza jurídica no deberían cambiar su función de servicio público, son el territorio ideal para todo tipo de confusiones, en que la vieja idea del interés general choca contra el arrecife de los intereses específicos de quienes habitan este territorio promiscuo en que la tecnocracia económica y la burocracia partidaria tejen sus tramas de dependencia.

Segundo: la hegemonía ideológica del poder económico, desde el que emana la ideología de la competitividad y la eficiencia, que ha reemplazado a las obsoletas, ideologías de confrontación. El Estado, como si se resignara a un papel secundario, incapaz de hacerse respetar en una economía globalizada, cede a diario parcelas de su poder, que vienen a reforzar poderes económicos que cada vez tratan más al poder político como un subalterno. (¿Quién manda: Aznar sobre Villalonga o Villalonga sobre Aznar?).

Tercero: la sociedad opaca de posguerra va dando lugar a una sociedad transparente en que la obscenidad ocupa el lugar de la transgresión. Una transparencia selectiva, de la que el poder económico es quien sale mejor librado (¿cuántos corruptores han sido señalados con el dedo por cada corrupto acusado?), dónde las coartadas son siempre provisionales y las zonas de impunidad política mucho más precarias.

Como consecuencia de todo ello, el poder judicial ha adquirido un protagonismo inusitado. Hacia él se han desplazado los conflictos que los políticos han sido incapaces de encauzar por las vías tradicionales. La promiscuidad entre lo público y lo privado se traduce en acontecimientos que desembocan constantemente en las portadas de los periódicos y en los tribunales de Justicia.

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El movimiento, nada inocente, de los focos mediáticos pone a la vista de la ciudadanía zonas oscuras que requieren intervenciones judiciales. La envergadura de los asuntos y la publicidad que los medios de comunicación aseguran un especial protagonismo a los jueces. La tela que separa al juez del justiciero es tan fina como la que separa a la democracia de, la demagogia o al populismo del fascismo.

También hay jueces a los que deslumbra el poder. ¿No es poder protagonizar la liquidación de un régimen (como ocurrió en Italia) o la aceleración de un cambio de gobierno (como ocurrió en España)? Por mucho que algunos puedan tener más vanidad que orgullo y creer que son ellos las causas del nuevo papel de la justicia, no son sino efectos de un desplazamiento en el equilibrio de poderes que debe tenerse en cuenta si se quiere afrontar cualquier reforma seria del poder judicial, en la perspectiva de la democracia y de la sociedad abierta.

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