Que lo cambien
El alcalde, que nos lo cambien. Tengo memoria juvenil de unos cuantos alcaldes. Uno, Pedro Rico, muy gordo, amante de la primera actriz de comedias, Carmen Díaz. Después, la sucesión digital durante la dictadura. Mayalde, que también era procurador, consejero nacional, del Reino, con sitio en la historia por la frase "ya no sé si soy de los nuestros"; el conde de Santa María de Babio, que se pasó una noche de mayo de 1952 en el departamento de censura para impedir que un semanario, El Caso, publicase el reportaje sobre el tranvía, estrellado, como estuvo previsto, contra el puente de Toledo, con casi un centenar de muertos; el siniestro Carnicerito de Málaga. La verdad es que Madrid no ha tenido mucha suerte con sus regidores. Al popularizado Tierno, según quienes le conocieron de cerca, le importaba un pito la ciudad y apenas movía papeles, sino los de sus deliciosos bandos. El sucesor tiene la voz grave del bancario al comunicar que la comisión no aprobó el crédito. Luego, Rodríguez Sahagún y este sevillano de nacimiento que reina sobre el caos urbano.La mayoría de los problemas que nos afligen se plantearon en las grandes ciudades, que tendrán otros, pero éstos los han resuelto. El origen es remoto y nada útil hace el actual equipo para atajar los males. El ciudadano tiene el humor agriado a causa de las negligencias y fallos, porque sabe que son remediables. Quizá importe menos la presunta corrupción en las obras públicas, las recalificaciones. fraudulentas, el cohecho y el compadreo -que ha existido y seguirá produciéndose- que la afrenta directa, casi epidérmica, diaria, del estado del pavimento, la anarquía circulatoria, la ausencia de guardias donde son menester y el mediocre servicio de transportes. El metro funciona, pero puede hacerlo mejor. Los autobuses ignoran la puntualidad y la cadencia y apenas pueden transitar por calles en las que no sólo está prohibido aparcar, sino circular a los coches privados, que hacen una y otra cosa, porque nadie impide que lo hagan, en doble fila -calles de Fuencarral, Hortaleza, en el centro y la periferia-, la carga y descarga se realiza a todas horas. Taxistas y particulares dejan y toman viajeros en las paradas del autobús, forzándole a detenerse en mitad de la calle. Esto sucede en la Gran Vía, en Alcalá, Bravo Murillo, Atocha, Serrano, en cualquier parte, porque no hay conciencia de que atropellan derechos ajenos ni asomo de autoridad para protegerlos.
La calle de Barceló es un aparcamiento permanente donde, de las cuatro direcciones en -cada sentido, tres están ocupadas por vehículos parados. Los autobuses de la EMT han de realizar prodigiosas maniobras, con riesgo de dejarse la pintura en los espejos laterales que deben sortear; creo que se encogen para poder pasar. La hermosa y, amplia plaza ajardinada, a espaldas del hospicio, está tomada por docenas de camiones y camionetas de la mudanza, que allí han instalado la contratación de sus servicios, ahuyentando a los niños, viejos y quienes quisieran tomar el sol del otoño o la sombra de los grandes árboles que, todavía, no se han preocupado en talan
Ahora nos sale con que van a perseguir la colocación de antenas parabólicas -que apenas tiene un metro de diámetro y serán más pequeñas aún-, lo que sería aceptable en una ciudad que no soporte problemas mucho más urgentes, inmediatos y solubles, para empicar a los guardias que no hay, en poner multas y chinchar al contribuyente, aguijoneado para que entre en el mundo inevitable de los multimedia. Enormes y horribles reclamos luminosos, gigantescos letreros, sustituyen al discreto albarán. Ropa tendida y bombonas de butano en el balcón siguen afeando la ciudad, y tampoco tuvieron prioridad.
En otro tiempo los alcaldes eran los únicos destinatarios de la crítica y lo tomaban como el peaje para disfrutar de la vara, porque les traía al fresco la opinión popular. Hoy ocurre dos cuartos de lo mismo.
Dicen que piensan presentarse a la próxima reelección, lo que supone una triste penuria de personajes políticos.¿Es que no hay recambios? En verdad que daría igual sustituirles por personajes igualmente incompetentes, pero otros, por caridad.
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