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Tony & Lionel

Andrés Ortega

Tony Blair y Lionel Jospin están llevando a cabo dos ejercicios políticos que, aunque compartan valores básicos, e incluso algunos objetivos, transitan por rutas casi opuestas. El uno como lo hizo la pasada semana en el Congreso laborista en Brighton promete a los británicos "opciones difíciles" para reformar y aligerar el Estado del bienestar. El otro, si acaso intenta reforzar este Estado. El uno aboga más por la acción privada. El otro sigue la línea estatalista francesa. Pero ambos tienen en común la voluntad política de paliar de manera decisiva esa lacra de nuestro tiempo que es el paro juvenil y el desempleo de larga duración; de intentar hacer algo concreto al respecto. Ambos vienen a representar la recuperación de la política, el uno para dominar el mercado, el otro frente al mercado; mas un merca do al que no se puede confiar todo porque, como escribiera Octavio. Paz, el mercado es ciego. Blair y Jospin quieren cambiar las cosas. Por eso, ambas experiencias merecen toda la atención e interés, porque pueden marcar nuevas rutas a seguir. Voluntaristas, se podrá decir. Pero Jospin, a quien el poder se le cayó encima sin esperarlo, parece haber recuperado el equilibrio y retomado las riendas de los destinos de Francia. Aunque para ello haya tenido que acelerar ensayos, y proyectos que eran sólo incipientes, y en los que había trabajo Martine Aubry sobre nuevos yacimientos de empleo en los llamados trabajos de proximidad en el sector social. Jospin refuerza el Estado del bienestar, mientras Blair parece querer avanzar más bien hacia la sociedad del bienestar. Jospin utiliza el sector público para crear 750.000 empleos en el citado ámbito, de modo que los jóvenes que se acojan a este plan logren una experiencia profesional esencial para integrarse en el mundo laboral; aunque habrá que ver qué pasa al cabo de los años, de duración de este tipo de empleo. Blair, pese a todo, también utiliza dinero público (aunque sacado de un impuesto sobre los beneficios excesivos de empresas privatizadas) para lanzar un plan de empleo y formación para 250.000 jóvenes que lleven más de seis meses en el paro, pero subsidiando al sector privado que tendrá, si le interesa, que ofrecer la mitad de estos puestos. Eso sí al que se le ofrezca algo y lo rechace dejará de percibir las prestaciones sociales, un programa que tiene algún precedente local en EE UU, y que se propone también traspasar dinero del seguro de desempleo a la formación.

Jospin parece reflejar el sentimiento de los franceses de no quiere entrar en un tipo de reforma en profundidad del Estado del bienestar que propugna Blair. Si acaso, dejar de trabajar menos ,la semana de 35 horas, si logra abrirse paso, incluso percibiendo menos o pagando más impuestos. Los británicos parecen dispuestos a una medicina más amarga. Las ideas sobre las que se sustentan estas distintas experiencias se confrontarán en el Consejo Europeo Extraordinano, que los días 20 y 21 de noviembre se dedicará exclusivamente al empleo, tras muchos años de crisis laboral, aunque, probablemente, no haya mucho que esperar de esta cumbre respecto a una posible acción europea para crear más empleo. "Soy un hombre moderno y esta es una crisis moderna", proclamó Blair en Brighton, para reclamar "una sociedad decente, no basada en derechos sino en deberes". Pero Blair también ha apelado en su discurso a lo que considera valores esenciales tanto del viejo como del nuevo laborismo: compasión, justicia, social, lucha contra la pobreza y la desigualdad, libertad y la solidaridad humana básica, que, sin duda Jospin comparte. Algo más comparten: la suerte -concepto que muchos políticos rechazan, pues se creen que todo es obra suya- de llegar al poder cuando los vientos económicos soplan favorablemente (desde tiempo antes en el caso británico). También, el que tras sus respectivas elecciones ambos países hayan, recuperado confianza en sí mismos, lo cual es bueno para crear una Europa sana. Pero al cabo, una posible conclusión a sacar puede ser que los británicos necesitan unas gotas de Jospin y los franceses abrirse a los aires modernizadores que soplan desde el otro lado del Canal.

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