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Entrevista:

"El PRI es un estorbo para las grandes corrientes internacionales"

Javier Moreno

Uno de los enigmas más fascinantes del actual proceso de apertura democrática en México es qué va a suceder con el Partido Revolucionario Institucional (PRI), una de las tres o cuatro grandes formaciones políticas que han marcado el siglo XX.Durante 70 años, el PRI ha dirigido el país de forma autoritaria, pero ha proporcionado una estabilidad inédita en la región y ha conjurado los golpes militares que destrozaron tantos Estados de América. Hoy, debilitado por luchas intestinas y acusado de corrupción desaforada, está a punto de ser arrollado por la historia, al decir de sus críticos. Pero el PRI también molesta fuera de México, según la interpretación de Manuel Bartlett, gobernador del Estado de Puebla, uno de los políticos más lúcidos y brillantes de su partido (y más odiado por la oposición): "El PRI es un estorbo a las grandes corrientes internacionales". Léase el neoliberalismo.

"¿Por qué estorba? Porque gana; porque defiende los principios nacionales; porque defiende los intereses sociales", razona Bartlett, que explica de este modo lo que no puede negar: la creciente antipatía e incomodidad que su partido suscita internacionalmente. Así, la pérdida de la mayoría absoluta en la Cámara de Diputados que sufrió el PRI en las elecciones de julio fue intepretada por la prensa de todo el mundo como el fin de un partido de Estado y el comienzo de una verdadera democracia en México.

De una forma u otra, el neoliberalismo (mundial y mexicano) es el responsable del desastre electoral del PRI, según Bartlett A nivel internacional, como detonante de la crisis financiera que arrasó México en 1995. Al interior del país, porque la política liberal de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994) desarboló (quizá involuntariamente) la máquina tradicional del PRI de ganar elecciones. "Los campesinos tienen problemas con los precios de sus productos [comprados por el Gobierno]; la energía eléctrica sube; no hay capacidad para mantener subsidios: todo eso tiene efectos tremendos sobre la base del partido".

Bartlett no cita a Salinas por su nombre, pero su discurso deja claro que su política de liberalización de la economía mexicana, jaleada y aplaudida en EE UU, ha dañado enormemente al partido. Y que eso no puede seguir así bajo la actual presidencia de Ernesto Zedillo, so pena de que el partido pierda las elecciones presidenciales de 2000, lo que probablemente representaría el tiro de gracia al PRI.

Las palabras de Bartlett suenan como una seria advertencia de los sectores del partido (duros, dinosaurios o como se les quiera denominar) opuestos a los tecnócratas del Ejecutivo de Zedillo. "La obligación del Gobierno es respetar a su partido; estar pendiente de lo que el partido desea; de lo que desean las masas que representa y sus organizaciones". Por su claridad y por el momento crucial que vive el partido, se trata de un aviso a navegantes inédito en la política mexicana.

Y quien lo emite tiene las credenciales para ello. El gobernador de Puebla es una de las cabezas visibles del sector duro de su partido por su evangelio antiliberal y por algunas actuaciones polémicas como las elecciones presidenciales de 1988, formalmente a su cargo como ministro de Gobernación por aquel entonces, que la oposición siempre consideró fraudulentas (él lo niega).

"Yo y otros más [dentro del partido] estamos por la obligación de establecer gobiernos que estén comprometidos con la justicia social. Esa postura nos obliga a una política determinada. Nosotros no podemos ser neoliberales".

Pregunta. Pero lo han sido.

Respuesta. No podernos ser neoliberales. El PRI no puede ser, neoliberal.

P. Pero lo ha sido.

R. El PRI no ha sido nunca neoliberal. Ha habido neoliberales [en el partido].

P. Alguno de ellos ha llegado a presidente de México.

R. Yo le quiero decir que no hay ningún funcionario del Gobiemo que se diga neoliberal. No somos liberales ninguno. Bueno, en el fondo, quizá alguno [risas], pero formalmente ninguno.

La exposición de Bartlett parece dirigida directamente a la tecnocracia instalada en el Gobiemo de México, según muchos a costa del partido. Una contradicción que, como muy tarde, se resolverá en el 2000. La receta de Bartlett para esas elecciones es sencilla: "Mantener la alianza que nos ha sostenido en el poder".

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