'El espítitu del ¡Hola!'
Los esforzados enviados especiales de las cadenas televisivas -incluido Ernesto Sáenz de Buruaga, que rutila con su habitual apostura- aparecen en pantalla mostrando a sus espaldas tal profusión de monumentos arquitectónicos que una tiene la impresión de que Barcelona no es más que mero patrimonio artístico, una especie de lugar exótico por el que no puedes caminar sin que se te caiga una gárgola a los pies o te peine con raya en medio un cimborio. No había visto tanto presentador en el tejado desde el muy mendaz pero efectivo despliegue que padecimos durante la Operación Tormenta del Desierto.Por fortuna, el amor está en el aire, y no sólo porque con la Operación Rosa la ciudad ha recibido a innombrables parejas: de policías nacionales, de guardias civiles, de municipales. A la fornida asistenta de un amigo se le acercó una de estas cópulas para pedirle la documentación, y ella, ofendida porque se temía que la hubieran tomado por una etarra, casi los separó de un bolsazo. Y el aire, enamorado, endulza la proliferación monumental de los reportajes. Porque el espíritu del ¡Hola!, que tanto exalta el amor, es el único que sigue vivo, a lo que parece. Es más, yo diría que lo que nubla nuestras retinas y entendederas no es sólo el cristal color de rosa holeáceo / amoroso, sino que hemos acabado por aceptar como válida su entera visión de todo, su magnificación de lo banal y su escamoteo de lo importante -o sea, la VOV, o Versión Oficial de la Vida-, y que publicaciones, pantallas y neuronas en general ululamos al unísono sus fantasmadas.
Quizá así sufriremos menos. Seguro que va bien para la piel saber que el futbolista croata Davor Suker se enamoró de Ago (Ana G. Obregón) después de verla lucir sus dones precisamente en el ¡Hola!, y que, cuando por fin empezaron a salir juntos en tan prestigiosa publicación, se sintió tan orgulloso de sus logros que adquirió 2.000 ejemplares y los mandó a Zagreb para que se enteraran allí de que su hijo predilecto había llegado de verdad. Pero estoy aquí para hablarles de dimes y diretes del amor en curso, o sea, del que hoy mismo se consumará ante la expectación mundial, gracias a la retransmisión en directo a un montón de países cuyos habitantes son exactamente como nosotros, quién, nos lo iba a decir, aunque, a veces, más espesos. Por ejemplo, la enviada de la cadena alemana ZDF, Brigit Müller, atacada de piercing en la nariz y de cuadratura del círculo en el hemisferio cerebral que controla los horarios, se dedica a perseguir a la intrépida Pilar Miró para saber si empezará a mandar la señal con retraso, y qué cosas piensa enfocar y qué invitados va a sacar en plano. Como si estuviéramos en Baviera de Arriba, o incluso de Abajo.
Uno que no ha aceptado la invitación es Rafael Ribó, presidente de Iniciativa per Catalunya, que declina asistir a la ceremonia porque considera que las bodas son actos íntimos para los amigos de los novios, y que él ni tiene confianza ni pinta nada en algo tan ostentoso. Conste que no lo hace por republicanismo: eso queda para Pilar Rahola, la entusiasta del Taj Mahal, precioso monumento que Riego hizo construir para su novia, como todos sabemos.
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