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Reportaje:EXCURSIONES: SANTA MARÍA DEL VADO

"Un lugar onrrado"

El Arcipreste de Hita rezó en este templo, único edificio en pie de la aldea que anegó el Jarama en 1960

La soledad de Santa María del Vado no es una soledad normal: es una soledad que sobrecoge, que. asusta, que tiene algo de graznido, de grabado de Doré, de plaga medieval. Encaramada en el ápice de una península de paredones acantilados que caen a plomo sobre el embalse del Vado, a más de 20 kilómetros de cualquier sitio habitado y sólo accesible por caminos que se empeñan en ignorar las recomendaciones de Vitruvio, la iglesia de Santa María del Vado es una ruina muy romántica, incluso demasiado romántica.No debía de ser éste un paraje tan solitario cuando, allá por 1329, Juan Ruiz, que regresaba a su arciprestazgo de Hita después de haberse dado un garbeo por los puertos del Guadarrama -y también por sus faldas, que mucho más le tiraban-, hizo un alto en este templo guadalajareño para echarle unos versos a la Virgen, como los lectores que se tomen la molestia pueden comprobar en Libro de buen amor: "Cerca d'aquesta sierra ay un lugar onrrado, / muy santo e muy devoto: Santa María del Vado. / Fuy tener y vigilia, como es acostunbrado; / a onrra de la Virgen ofrecíl' este ditado".

Faro de almas en pena

Pero seis siglos más tarde, las autoridades en pantanos, quienes no es probable que se tomaran ésta ni ninguna otra molestia, decidieron represar el Jarama a su paso por el lugar. El pueblo de El Vado, que yacía a los pies del santuario, quedó anegado. Otras localidades jarameñas como Matallana y La Vereda, acorraladas entre la espada del agua y las paredes del macizo de Ayllón, languidecieron hasta morir ab intestato. Y la iglesiuca de Santa María del Vado, que según las primeras previsiones iba a naufragar con todo el equipo, se libró por un pelo de la crecida, y allí ha quedado, en lo alto de su promontorio, como un faro de almas en pena, de almas que no tienen un pedazo de tierra seca donde descansar en paz. Viniendo desde Tamajón -mejor que desde Retiendas, porque la carretera está hecha cisco-, lo primero que topan los conductores es una lápida pegada a un monolito, junto al aliviadero del embalse, que evoca la visita del Arcipreste, en el sexto centenario de su muerte (1931-1951).

Más adelante, pasado un túnel, se halla el muro de contención de la presa -una presa de gravedad que está en servicio desde 1960, es capaz de retener 55 hectómetros cúbicos de agua pura y tiene 45 metros desde la base hasta la coronación-, sobre el cual hay esculpida una grande-y-libre águila y otras zarandajas por el viejo estilo. A su vera, junto a otro monolito, nace una pista forestal que permite bordear en coche el embalse por la ladera occidental del valle, ganando y perdiendo altura por barrancos ásperos y desolados, de una desolación tibetana, hasta alcanzar un desvío a la derecha -a 10,5 kilómetros del primer monolito-, donde habrá que dejar los vehículos y echarse a caminar.

Esqueletos de chopos

Encinas colosales, robles melojos y enclenques pinos de repoblación flanquean este nuevo camino, por el que se llega en una hora de suavísimo descenso a la altura de una casa de labor desbaratada, dando vista ya a Santa María del Vado. Allí mismo, a mano derecha, surge un trocha que, atajando por el espeso jaral, conduce hasta el promontorio en que se alza la venerable fábrica, con su espadaña intacta, sus muros y arquerías de pizarra elemental y sus tres naves a cielo abierto, que es una forma de ruina propicia a la oración. Abajo, a orillas del embalse, asoman los raigones cuadrangulares de El Vado, los esqueletos de los chopos ribereños y el viejo camino que, vadeando el Jarama, debió de dar nombre al pueblo.

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Rubén Caba, que anduvo por estos pagos rehaciendo el camino de Juan Ruiz (Por la ruta serrana del Arcipreste), escuchó en Valdepeñas esta coplilla: "Tengo una novia en El Vado, / otra tengo en Matallana, / otra tengo en La Vereda, / otra en Campillos de Rana". Y en verdad que asusta pensar que ya no queda otra novia a la que cantar en estas soledades que Santa María del Vado.

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