_
_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Amores reales

Antonio Elorza

La historia de los amores reales se abre en nuestro siglo para España con el noviazgo del joven monarca Alfonso XIII y de Ena de Battenberg, destinada a convertirse pronto en la reina Victoria Eugenía. En el último número de Historia 16 ha sido rescatado por Mariano González-Arnao el texto de las postales remitidas por la nieta de la emperatriz Victoria a su futuro esposo, a partir de junio de 1905, y la impresión que se deduce de su lectura es de un sincero amor -o por lo menos de un interés apasionado- hacia "ese español tan atractivo y peligroso como el fuego" con quien había de compartir, si bien de forma no muy gozosa, el trono de España. Alfonso es un joven moderno, que utiliza el mensaje grabado en discos para comunicarle sus impresiones, y ella juega fuerte, advirtiéndole que sería muy triste que se limitara a besarla la mano en el próximo encuentro. Por encima de los riesgos de la enfermedad familiar hereditaria, la voluntad de Alfonso XIII llegó a imponerse y pudo hablarse de una boda dictada por el sentimiento, aunque siempre en el círculo cerrado de las familias de sangre real.La importancia de pertenecer a estos medios es subrayada por Juan Carlos I, en su libro entrevista con Villalonga, cuando define a su esposa, la reina Sofía. No habla de amor, ni de sus inquietudes intelectuales. La calificación es escueta: "La rema es una gran, gran profesional". Y añade: "Lleva la realeza en la sangre". Existe, pues, un oficio de rey (y a su lado, el complementario de reina) que se refleja tanto en la relación con las instituciones del Estado, con la vida política, como en el modo de comportamiento. La posición de Juan Carlos l responde así a la antigua idea de que el personaje real nace, es un producto de la sangre, y recibe luego en un complejo proceso de formación, más de ver y observar que de leer las facultades que han de permitirle desempeñar con éxito su oficio. Es, en definitiva, una cuestión de profesionalidad, sobre la cual el propio Juan Carlos basó la recuperación del prestigio de la Monarquía mediante un eficaz ejercicio de la función, visible en momentos decisivos, como la puesta en marcha de la transición democrática o la noche crítica del 23-F.

Quedan así lejos los tiempos en que al pasar por algunos pueblos, en los años cincuenta, le tiraban tomates o patatas, según él mismo cuenta. El prestigio ganado en el ejercicio del cargo por Juan Carlos I le sitúa con gran ventaja sobre la familia real inglesa al abordar el peligroso ejercicio de fundir el símbolo regio con el baño de multitudes en una boda que llena los esquemas del populismo carismático, con la Infanta laboriosa y el apuesto balonmanista vasco-catalán como protagonistas. Ambos simpáticos y de buen ver, y en un marco de saludable libertad bien distante del ambiente encorsetado de los Windsor. Es casi un cuento de hadas posmoderno, contrapunto de las miserias del pobre Carlos de Inglaterra, tras el fracaso de su bigamia y la desaparición en loor de multitudes de Lady Di.

No exento, empero, de riesgos. Ante todo políticos. El artículo 57 de la Constitución atribuye la sucesión de la Corona en primer término a los hijos del actual rey, y a la vista de las dos bodas celebradas, nada indica que la reserva del oficio de rey se encuentre satisfactoriamente cubierta. España no es ni Suecia ni Holanda, y cabe augurar momentos difíciles, en las próximas décadas, en que sean precisas otras cualidades que las exigidas para presidir congresos y obras asistenciales. Por otra parte, si se lleva a fondo la fusión con el pueblo, y la profesionalización del futuro rey es excluida, vale más sin duda la República. Claro que queda el príncipe Felipe, formado a esos efectos, pero constituye la única baza y muestra una tardanza asimismo arriesgada para el Estado en lo que toca a la exigencia de activar de nuevo el ciclo de la sucesión, habida cuenta del fenómeno terrorista. Así que, más allá de la inminente boda, lo esencial es que Felipe de Borbón encuentre pronto esa "gran profesional" requerida. Y si hay postales apasionadas, como las de Alfonso y Ena, tanto mejor.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
Suscríbete

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_