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El desorden mundial

La información y análisis de lo que sucede fuera de cada país y de las relaciones de unos Estados con otros sigue haciéndose bajo el prisma de lo internacional confirmando la legitimidad exclusiva del ámbito que hemos llamado relaciones exteriores o inter-nacionales. Lo que explica que el marco conceptual dominante continue siendo la geopolítica, basada en la concepción territorial de la comunidad que definen y enmarcan sus fronteras y alianza, y cuyo referente es la dimensión nacional. Pero esta rejilla deja escapar lo más sustantivo de lo que sucede hoy en el mundo, haciendo ininteligibles los antagonismos, pactos, rupturas y acuerdos que en él acontecen. El desorden mundial se nos aparece, así, como el resultado de un proceso al mismo tiempo imprevisible e inevitable, cuando se trata al contrario de un desorden querido, de una convergencia implícita mente programada.El desarrollo tecnológico y la producción / consumo de masa tenían que conducir, dentro de la lógica de la economía de mercado, a la globalización, entendida como un espacio sin límites ni fronteras, inmediata y permanentemente accesible a la comunicación y al intercambio económico, social y cultural -el volumen de negocios que genera a escala planetaria el dinero electrónico, la notoriedad mundial de lady Di, la ubicuidad del valor en uso de Ronaldo o Peter Sampras, la. empatía unánime. con Madre Teresa pueden servir de ilustración-. Objetivo y efecto de la globalización es dotar de efectividad al mercado mundial, lo que exige eliminar los obstáculos y limitaciones que representan las legislaciones nacionales. La total libertad de bienes, monedas y servicios, sobre todo financieros, que el FMI nos recomienda todos los días, la desregulación general que se postula desde muy diversas opciones políticas, son medidas y comportamientos- sin los que ese mercado no. puede funcionar. El resultado que se busca y que se obtiene ' es la creación de un espacio a-legal en el que se circula e interviene según pautas que el espacio se autoconfiere y no según leyes que desde otros ámbitos, aunque le sean superiores y lo engloben -la comunidad mundial, los Estados- quieren imponérsele.

El sistema capitalista fusiona, para bien y para mal, mercado y sociedad, y por eso la sociedad civil mundial, que hemos visto emerger en el último tercio del siglo XX, reproduce esos principios, modos y prácticas. Sus actores principales -empresas multinacionales, iglesias, ONG, mafias- se han establecido en la a-legalidad y han hecho de la defensa de su autonomía y endogeneidad y del rechazo de toda tentativa de conjuntarlos, mediante leyes comunes, cuestión de vida o muerte. Fragmentación de la sociedad y globalización. de procesos y funciones se constituyen en dos polos antónimos que en paradójica simbiosis componen la realidad mundial. De la que quedan fuera los Estados, no tanto porque se los hayan comido, por arriba y por debajo, otras entidades territoriales, cuanto por la deslegitimación que ha supuesto renunciar -la desregulación- a su poder más decisivo: el de organizar mediante leyes el funcionamiento de la sociedad mundial. Lo que produce resultados de los que están ausentes y que sin embargo son absolutamente determinantes. Un solo ejemplo: el FMI estima en 500.000 millones de dólares el volumen anual del dinero negro -procedente en su mayoría del narcotráfico- que circula en los mercados financieros y que representa un componente esencial de la economía financiera, que en la City de Londres supera el tercio de las operaciones tratadas y alcanza el 40% del PIB británico.

Lo que no es una perversión del sistema sino que deriva de la lógica de su estructura y funcionamiento, a la que habría que oponer una voluntad política que debería anclarse en la ética de la responsabilidad mundial y traducirse en un orden jurídico global. La reforma ambiciosa y realista de Naciones Unidas, y no las engañifas que nos están proponiendo, podría contribuir a hacerla realidad.

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