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La satrapía populista

Si fuera cierto -que no lo es- ese poco piadoso refrán de que cada pueblo tiene al gobierno que merece, los habitantes de lo que hoy se sigue llamando Yugoslavia tendrían pocas razones para la autoestima. En los comícios del domingo ha ganado, una vez más, el Partido Socialista de Slobodan Milosevic. Ha vencido de nuevo el caudillo que ha aislado a Serbia del mundo, que ha descolgado a su pueblo del progreso y de la recuperación general de Europa central y oriental, que ha acabado con la multicentenaria presencia serbia en varias regiones balcánicas y que ha infligido a los serbios un ingente sufrimiento e impuesto la más rampante miseria.Algunos amnésicos interesados presentan ahora a la dictadura de Tito como la benéfica gestión de un filántropo ilustrado. Son esos, aquí y allá, que mienten para justificar biografías manchadas por el miedo y violentan realidades pasadas y presentes. Como los lacayos de Milosevic. Aquí y allá. Da pereza tener que recordarles que lo que caracterizó a Tito, aparte de su innegable genio político, su coraje y su fuerza de mando, eran su afición a la liquidación del disidente -fuera demócrata o estalinista- y su irrefrenable vocación por la satrapía.

Tras la defunción del comunismo como idea legitimadora del poder, Milosevic recurrió al nacionalismo como ideología sustitutoria y emprendió la carrera hacia la supremacía serbia sobre los pueblos vecinos. Podía haber utilizado otro discurso, porque él no cree en el comunismo, en nación ni en nada que no sea él y el poder. Fue él quién liquidó a aquel moribundo que se llamaba Yugoslavia.

Los comienzos fueron esperanzadores para sus fines. Y lo demás desastroso. Sus reveses inmensos. Y los sufrieron por supuesto los demás. Bosnios, croatas y, al final, sobre todo, los serbios. ¡Qué seguros estaban sus seguidores en Kosovo y en la Krajina, en Sarajevo y Eslavonia, de conquistar la gran patria que el banquero y aparatchik convertido en Gran Timonel les había prometido. La catástrofe se ha consumado. Pero ahí le tienen vencedor sin necesidad de repetir sus acostumbrados juegos de cambiar urnas, intimidar a interventores o quemar papeletas.

Las elecciones serbias sólo han demostrado que en condiciones no democráticas el poder se puede permitir unos comicios, porque la manipulación y la sentencia son previas a consulta y recuento. Pese a todo, a veces las cuentas no salen. Incluso con una oposición tan corrupta por el personalismo, la vanidad, el idiotismo político y la miopía histórica como la que goza Milosevic, con tipos de inmadurez adolescente, egotismo patológico y vacuidad como Vuk Draskovic y Zoran Djindjic. Juntos y peleados han defenestrado la ilusión, la emoción y la esperanza de centenares de miles de serbios que durante meses pidieron en las calles eso, ser serbios, europeos y además ciudadanos.

El vencedor, como dicta la selección negativa, ha sido el peor. Milosevic ha obtenido una mayoría relativa. Pero el triunfador real de las elecciones es Vojislav Seselj, ese nazi que el propio Milosevic amamantó para que le hiciera las labores sucias, especialmente como jefe de una banda de asesinos en Bosnia. Así las cosas, tenemos a un criminal de guerra, Milosevic, con unos 110 escaños, a un nazi, Seselj, con más de 80, a un narciso insensato, Draskovic, con muchos menos, y a un débil oportunista, Djindjic, sin escaño alguno, porque en su vanidad creyó que conseguiría suficiente abstención para anular las elecciones. Trágica suerte la de los serbios europeos que se resisten a emigrar como han hecho tantos centenares de miles de los más educados y válidos de sus compatriotas. Y trágica es la suerte de los vecinos de este pueblo que se castiga y castiga a los demás. Porque nadie está seguro en la zona de mando o influencia de la satrapía electa de Milosevic.

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