Un cura mexicano provoca un escándalo al alabar las limosnas de los 'narcos'
Es sabido que los narcotraficantes suelen ser piadosos y que acostumbran a repartir cuantiosas propinas y limosnas, quizá como vía rápida para lavar sus almas. Pero que el párroco de la basílica de Guadalupe evoque y alabe la generosidad de los capos en plena homilía ha levantado una buena polvareda en México, cuyo Gobierno libra un incierto combate contra los poderosos carteles que han florecido en el país. La jerarquía católica ha salido al paso asegurando que siempre ha rechazado cualquier donativo de procedencia oscura. Las autoridades, mientras, guardan silencio.
Primer episodio del escándalo. El pasado 19 de septiembre, aniversario del terremoto que sacudió a México en 1985, cientos de víctimas de aquella tragedia acudieron, como cada año, a una misa a la basílica de Guadalupe, corazón del catolicismo mexicano. Qué mejor ocasión que ésta, pensó el párroco Raúl Soto, para hablar de la solidaridad. Y empezó el sermón: "Hay que hacer siempre una labor positiva por la comunidad". "La ayuda al prójimo es la única oportunidad de salvamos".Llegado a este punto, el sacerdote rebuscó algunos ejemplos en su memoria, y del panteón de los seres solidarios le llegaron dos nombres: el de Rafael Caro Quintero, jefe del cartel de Guadalajara, y el de Amado Carrillo, cabeza del cartel de Ciudad Juárez, ambos en retiro forzoso: el primero está entre rejas, y el segundo, muerto tras haberse sometido a una operación estética. Después de puntualizar que era "gente poco recomendable", el sacerdote evocó "Ias cosas grandiosas que Amado Carrillo hacía por su pueblo, por la gente", y los donativos de Caro Quintero. "Ya quisiéramos hacer las limosnas y las ayudas que él hace", dijo.
Y estalló la tormenta. "Con razón la Virgen de Guadalupe se aparece en tantos lugares, porque no quiere estar en una basílica donde se protege a los narcotraficantes", decía un iracundo oyente a una popular emisora de radio. En los primeros momentos, la jerarquía católica corrió un tupido velo, confiando en qué el escándalo se diluyera. Pero no fue así.
Comenzó entonces el segundo episodio. Armados con micrófonos y grabadoras, un grupo de fogosos informadores rodeó el sábado al arzobispo primado de México, Norberto Rivera, a la salida de una celebración. Esta vez el prelado Rivera no tenía nada que decir. Los reporteros insistieron, hasta que uno de ellos acertó a meterle un micrófono en el ojo. El arzobispo se defendió con su báculo. Empezó el zafarrancho. Dos miembros de la seguridad del prelado -la Iglesia dice que eran sólo feligreses- empujaron a los periodistas. El combate se saldó con un par de grabadoras rotas y uno de los guardaespaldas (o feligreses) por los suelos.
El domingo llegó el contraataque eclesial. Rivera acusó a la prensa de agredir y difamar, y puso al padre Soto ante los micrófonos. El sacerdote apeló a su experiencia como capellán penitenciario para afirmar que en todos los pecadores hay espacio para la bondad. Eso es lo que él quiso decir. Reiteró que los dos narcotraficantes han hecho mucho bien por sus comunidades y que si hay escándalo en México por ese tema es porque "Estados Unidos presiona a todo el mundo". Sobre los donativos de los carteles a la Iglesia, el padre Soto reconoció que era algo imposible de averiguar. "El Gobierno y aún los bancos lavan dinero procedente del narcotráfico. No hay forma de controlar el origen de todo el dinero que ingresa en las parroquias". Varios arzobispos del país le han respondido: nunca el clero ha recibido fondos de dudosa procedencia,.
El episodio, por anecdótico que parezca, deja en una difícil posición a la Iglesia católica, cuyos afanes por hacerse más presente en la vida mexicana han provocado roces con el Gobierno. La batalla de la jerarquía eclesial contra la campaña de planificación familiar, y uso del condón lanzada por las autoridades, o los constantes pronunciamientos sobre cuestiones políticas han levantado ronchas en un país que hace gala de su tradición laica y que restableció las relaciones diplomáticas con El Vaticano hace tan sólo cinco años.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.