Atención: ahora viene serio
La última reunión de ministros de Economía y Hacienda de los Quince en Luxemburgo y la cumbre franco-alemana de la pasada semana han acabado, por fin, con las interesadas especulaciones sobre el calendario del euro con que especialistas, políticos y banqueros marearon a los ciudadanos durante meses. Con un poco de suerte, todos podremos dedicarnos ahora a algo mucho más importante: averiguar hasta qué punto mercados, especialistas, políticos y banqueros creen que la moneda única es compatible con el modelo de Estado de bienestar que ha mantenido hasta ahora Europa y hasta qué punto creen que será necesario reformarlo... o reducirlo. Y qué piensan nuestros respectivos Gobiernos sobre este futuro inmediato.La moneda única arrancará, como estaba previsto, en enero de 1999, y en la primavera del año próximo se decidirá qué países forman parte del grupo de salida (todos, menos Grecia, que no puede, y el Reino Unido y Suecia, que no quieren de momento). El consejo de ministros de Economía de los Quince acordó que ese mismo día se fijarán también los tipos de conversión bilaterales entre las monedas nacionales de los países integrantes; es decir, la paridad fija, por ejemplo, entré el marco y la peseta.
La reunión Helmut Kohl-Lionel Jospin sirvió, además, para que Francia retirara de la mesa otro tema de distracción: las quejas por la extraordinaria independencia del futuro Banco Central Europeo, que está establecida, blanco sobre negro, en el Tratado de Maastricht, y que le obliga a mantener una política monetaria encaminada, por encima absolutamente de todo, a luchar contra la inflación.
A partir de ahora sólo quedan dudas sobre qué ocurrirá en los mercados internacionales durante los ocho meses que mediarán entre mayo de 1998 y enero de 1999, sobre todo en otoño del año próximo, cuando se celebrarán elecciones generales en Alemania. Es seguro que aunque perdiera Kohl la política alemana sobre la moneda única no cambiaría sustancialmente, pero también que una derrota del gran impulsor del euro crearía un cierto nerviosismo que podría ser aprovechado por los especuladores para tantear la solidez de las paridades bilaterales que ya estarán en vigor.
La segunda duda, y la más importante desde el punto de vista del ciudadano, es la influencia de la moneda única en el modelo de Estado de bienestar y en el mercado de trabajo. El Fondo Monetario Internacional (FMI), reunido también la semana pasada en Hong Kong, ha aconsejado a los países que vayan a participar en el euro que "flexibilicen" el mercado laboral. Y el gobernador del Banco de España, Luis Ángel Rojo, en el prólogo al libro España en la nueva Europa (EL PAÍS de 18 de septiembre), explica que el proceso de convergencia "ha debilitado la atención prestada a horizontes más lejanos y a los problemas más difíciles y de resolución más ingrata". Ya se sabe cuáles son los problemas difíciles y de resolución ingrata: los que afectan al gasto gubernamental en materia de salud pública y seguridad social.
Si hasta ahora no se ha hablado mucho en España de estos temas, posiblemente no se deba tanto a que Gobierno, partidos políticos y sindicatos hayan desviado su atención como a que hayan considerado que no era el momento más oportuno para que la opinión pública empezara a preocuparse. Pero una vez instalados sólidamente en el grupo de partida del euro, lo lógico sería que unos y otros empezaran a explicar a los ciudadanos cuáles son esos ingratos problemas y cómo piensan enfocarlos.
Salvo que sigan pensando que no conviene que los ciudadanos se preocupen.
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