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VUELTA 97

Dufaux Pierde terreno en el Naranco

Victoria de Txente García Acosta. Zülle distancia más a Escartín y al suizo del Festina

Carlos Arribas

Fernando Escartín estaba casi contento en la meta de El Naranco. "Zülle tiene ya un 80% de posibilidades de ganar la Vuelta", decía, pero no estaba deprimido. No había aguantado el ataque final de Zülle y había perdido 11 segundos más, pero estaba casi alegre. La razón habría que buscarla más abajo en la clasificación de una etapa que supuso una sobredosis de moral para el alicaído Banesto -victoria de su ciclista Txente García Acosta-, habría que encontrarla en el 21º puesto en que quedó el suizo Laurent Dufaux, en los 41 segundos que cedió a Züle en poco más de un kilómetro; en el medio minuto que le recortó el bravo aragonés. Escartín, así, estaba contento: sabe que, si un milagro no media, no va a ganar la Vuelta (de hecho lo sabía desde la primera etapa de montana), pero desde ayer sabe también que puede quedar segundo. Son las mejores noticias para Zülle. El suizo de la ONCE tiene la carrera donde más podía desear. Dufaux, el segundo, empieza a ceder terreno y a pensar en salvar su puesto; Escartín, el tercero, ve cerca esa plaza, y a ello se dedicará. Zülle, quizás, puede respirar tranquilo.Tanto tiempo llevaban diciendo Dufaux y Escartín que lo del Naranco nada, que lo importante era Lagos, que llegaron y perdieron tiempo. Ni en las más duras etapas de El Morredero o Pajares cedieron ni un segundo al líder suizo. Ayer, sí. Se puede interpretar que se ha cumplido la teoría aquella de que sólo Zülle podía ir a más y los demás a menos porque tienen encima el desgaste del Tour; o, sin ser tan drásticos, que simplemente la subida al Naranco era un terreno mucho más propicio para un largo sprint de Zülle. Pero entonces, Dufaux no habría debido ceder tiempo al diésel Escartín. O sea que ...

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Por primera vez en una etapa importante de esta Vuelta, la ONCE, quizás castigada por el duro esfuerzo de los días previos, se puso en cabeza del pelotón no para machacar a todos e impedir cualquier conato de escapada, no. Se puso delante, en alegre formación, para controlar la carrera sin más, para, una vez formada la fuga triunfadora, evitar más caos. Se lo agradecieron todo, y especialmente sus propios corredores y su propio líder. Alex Zülle fue tranquilo por un terreno comprometido -multitud de ascensos menores y descensos peligrosos- y llegó al tramo final -los cinco kilómetros de ascensión al monte Yunas que domina Oviedo- con ganas de probar.

Las ganas se le convirtieron en apetito cuando Jalabert, su perro piloto, aceleró la marcha a unos tres kilómetros de la meta. El pelotón se enfiló. Dufaux mostró ya el primer síntoma de que o ése no era su día o de que sus fuerzas se acaban: le costaba trabajo coger la rueda delantera. El gentil suizo sufría. El síntoma definitivo lo mostró cuando Heras lanzó un ataque. Aquello se rompió. Y más cuando Zülle, a menos de kilómetro y medio para la meta, se puso a sprintar. Su rueda fue inabordable. El lento Escartín, mal dado para las explosiones, no pudo recuperar. Nadie le cogió la rueda.

La victoria de Txente García Acosta tuvo un mérito bárbaro. El primero, el de no cejar en el intento. Si alguien está todos los días intentándolo, no puede dejar pasar el único corte permitido. El segundo, el de saber medirse, no de igual a igual, sino por encima, con rivales que algún pedigrí ya mostraban en esto -Piccoli, Hvastija, Thibout y Danny Nelissen-, especialistas en el asunto.

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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