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Tribuna
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Alarde

Rosa Montero

Ha transcurrido una semana desde el último alarde de intransigencia de los partidarios del Alarde sexista, y ahora, un poco más calmados los arrebatos, tal vez sea el momento de hablar de ello. La cosa consiste, como saben, en impedir que las mujeres desfilen. En Irún hubo tortas, y en Hondarribia mandaron contra ellas a un pelotón de doscientas señoras, demostrando así, una vez más, que el machismo no es exclusivo de los hombres, sino que se trata de una ideología ceporra y lamentable que nos afecta a todos.Los inmovilistas hablan de las Tradiciones Culturales como si nombraran un dogma de fe. Espanta esa sacralización de la costumbre. Costumbre era, y además confirmada por milenios de uso, la existencia de esclavos, por ejemplo. Y los festejos de la Roma clásica incluían la amena deglución de cristianos o reos por las fieras salvajes (por cierto, que los romanos amaban tanto esas fiestas tradicionales que la suspensión del espectáculo provocaba motines). Quiero decir que nuestra manera de relacionarnos con el mundo cambia, por fortuna, constantemente: si no, seguiríamos siendo trogloditas. Y que la supuesta especificidad de cada cual (el "nosotros somos así") no justifica la arbitrariedad y los abusos: no justifica que los musulmanes les rebanen el clítoris a las niñas, por ejemplo, o que le amputen las manos a un ladrón. Claro que el Alarde sexista no implica un abuso tan sangriendo, pero, a su pequeño modo, también es mutilador. ¡Pero paciencia! Acabarán cambiando. No les quedará más remedio que hacerlo, porque su actitud va en contra de los tiempos. Dentro de unos años, pocos, tal vez sólo veinte, los hijos de quienes hoy se niegan a aceptar un desfile mixto mirarán a sus padres con ojos como platos, sin poderse creer esta batalla estúpida. Y dirán, admirados: "¿Pero de verdad erais tan burros?".

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