Un paso más
CHINA ESTÁ sustituyendo lentamente su sistema de economía de Estado por otro de economía de mercado, con todas las peculiaridades que se quiera, pero en sintonía con el mundo desarrollado. El informe que acaba de presentar el máximo líder actual, Jiang Zemin, en el XV Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh) recoge la voluntad de acometer, de aquí a final de siglo, la inaplazable reestructuración del sector público mediante "nuevas formas de propiedad", como la creación de sociedades por acciones con la participación de los empleados o inversores extranjeros, la venta o la fusión de las pequeñas y medianas empresas estatales, etcétera. Todo ello afectará a más de 100.000 compañías públicas que existen actualmente en China -más de la mitad en situación ruinosa- y que dan trabajo a unos cien millones de personas. El Estado conservará alrededor de 3.000, pertenecientes a sectores que considera estratégicos.La reestructuración, ideada por el zar de las finanzas Zhu Rongji, a quien los analistas ven como nuevo primer ministro cuando abandone el cargo Li Peng en marzo de 1998, no está exenta de riesgos. El primero de todos, el futuro de los trabajadores que serán despedidos sin remisión. Los experimentos que se han hecho desde 1996 con algunas empresas piloto han puesto en la callé a unos dos millones de trabajadores.
La reestructuración era imperativa. El sistema financiero chino se halla al borde del colapso debido a la montaña de préstamos impagados por las empresas estatales. Cada vez es mayor la distancia entre la economía privatizada o semiprivatizada que rige en las boyantes provincias costeras del sur y el resto de la nación. A qué ritmo se hará la reconversión y qué mecanismos prevén los gobernantes para frenar la convulsión social que puede acarrear es algo que habrá que ver con el transcurrir de los años.
Lo que no parece avanzar lo más mínimo es la apertura política, pese a las buenas palabras expresadas por Jiang Zemin en la apertura del congreso y su voluntad de combatir la corrupción dentro del propio partido. El secretario general y presidente de la república sigue dando la sensación de que no tiene todas las riendas del poder, lo que le obliga a dosificar los cambios para satisfacer al tiempo a reformistas y ortodoxos, lo que a veces termina por disgustar a todos.
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