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VUELTA 97

La ley de la jungla

Michaelsen recupera el liderato atacando cuando Guidi había pinchado

Carlos Arribas

Finalmente, la tercera victoria al sprint del alemán Marcel Wust (Festina), la consabida caída en la llegada -esta vez en recta y sin Michaelsen por medio-, el paso rápido pero en grupo del primer puerto duro de la Vuelta, el abandono masivo de 11 corredores y hasta la caída, sin consecuencias aparentes -"sólo chapa y pintura"- de Fernando Escartín quedaron en anécdota. El meollo de la etapa lo cubrió un hecho que a algunos corredores, como al viejo Rominger, le pareció de los más vergonzosos que había visto en una carrera. La cosa, en verdad, fue fea, de las más odiadas: atacar" al líder cuando éste ha pinchado. Fue a 20 kilómetros de Málaga cuando se impuso la ley de la jungla, el abuso sin razón.Justo después de pasar varios dormilones -ralentizadores de velocidad en una zona de curvas cuesta abajo- en la carretera, unos cuantos corredores pincharon. Entre ellos estaba Fabrizio Guidi, el simpático y sonriente hombre del flequillo, el líder de la Vuelta. Hasta entonces, su equipo, el Scrigno, había controlado la marcha por la autovía costera. Poco a poco iban cazando a los escapados matinales -Vasseur, el que se vistió de amarillo tras una fuga en el Tour, Roscioli, también ganador de una etapa de fuga solitaria en el Tour del 93, Vicario y Laiseka- y todos se disponían para el sprint masivo que cerraría la jornada. Todo suave, todo fluido. Un guión conocido por repetido que concluiría en lo habitual. Guidi seguiría siendo líder, ya que había sacado un segundo de bonificación en la primera volante y los dos escapados que quedaban, Roscioli y uno nuevo, Sánchez de la Rocha, puntuarían en la última, a 15 kilómetros de la meta, por lo que sólo le quedaría un segundo para obtener a Michaelsen. Sin embargo, todo se torció. Nada más saber del pinchazo, los TVM del danés, que hasta entonces dejaban hacer al Scrigno, se fueron rápidamente a la cabeza e impusieron un ritmo tan brutal que en sólo cuatro kilómetros anularon el minuto y media de ventaja que llevaban Roscioli y De la Rocha. Era vital ese movimiento para ellos: sólo cazándoles antes de la meta volante, Michaelsen podría lograr los tres segundos de bonificación que le devolvieran el liderato.

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Así se cumplió. Mientras el danés se reembolsaba el liderato, Guidi y todo su equipo luchaba por enlazar por detrás. Fue una persecución de 12 kilómetros ayudada, algo es algo, por la solidaridad de los directores, que los ayudaban con sus coches. Y cuando enlazaron, al bravo Guidi aún le quedaban arrestos para intentar recuperar lo suyo disputando el sprint final. Pero, decididamente, el de ayer no era su día. A falta de 400 metros se produjo una caída -Leoni, Colonna, Koerts y Santos González, involucrados- y Guidi vio volar bicicletas por encima de su cabeza."Sentí miedo y decidí no jugármela", explicó un corredor deportivo. "Lo que ha hecho el TVM, atacar a un líder averiado, no se hace; pero si mañana a Michaelsen le pasa algo parecido no seré yo el que le ataque".

Lo de Guidi tuvo más mérito ya que, pobre escalador él, se había quedado descolgado en el Puerto del Boyar, un segunda, el primer puerto duro de la Vuelta. Como estaba a más de 150 kilómetros de la meta, pudo enlazar después. Por eso y porque, como se preveía, a ningún favorito, es decir a Jalabert, le dio por romper el pelotón con fuerza. Los grandes se respetaron, a ninguno oficialmente le interesaba que la carrera se moviera, pero llegaron cansados. A más de 40 por hora corrieron. "No sé, no sé", decía Unzue en la meta. "Al ritmo con que se va y con los desarrollos que se usan, la última semana se va a hacer interminable para alguno".

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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