"Salí a descansar y eso me salvó"
Los bomberos recordaron ayer a sus compañeros fallecidos hace diez años en el incendio de los almacenes Arias
Un tramo triste de la calle de la Montera, enfrente de los actuales cines Acteón, reunió ayer a dos centenares de personas. Homenajeaban a los 10 bomberos fallecidos en el incendio de los almacenes Arias en 1987. El grupo lo componían vecinos, políticos, familiares, bomberos en activo de toda España, uno jubilado de Talavera de la Reina y hasta un grupo de bomberos chinos. Pero todo el mundo miraba a 12 bomberos ya maduros vestidos de faena puestos en fila con un ramo de claveles cada uno a la altura del pe cho: los 12, con la expresión en la cara del que revive un mal sueño, representaban a los 12 parques de bomberos existentes en la ciudad. Y los 12 estuvieron, en ese mismo sitio, en la calle de la Montera, el 5 de septiembre de 1987 a las dos de la madrugada, cuando se desplomaron las seis plantas del inmueble sobre 10 compañeros que apagaban un incendio que ya se creía controlado. "Al entrar en la calle de la Montera otra vez, y ver los camiones que estaban para el homenaje, y los compañeros, se meha puesto la carne de gallina; y mire, han pasado dos horas y no se me ha quitado todavía" decía ayer un bombero ya jubilado que participó en las tareas de desescombro.El incendio se declaró a las ocho menos cuarto de la tarde en la planta tercera. Se cree que por un cortocircuito. "Era un incendio fuerte, grande, pero no muchísimo más que los que apagamos todos los días", comentaba este mismo bombero.
En los números 29 y 31 de la calle de la Montera se emplazaba por entonces la tienda de ropa Arias. Uno de los edificios, de cuatro plantas, servía de almacén. El otro, el situado en el número 29, disponía de seis plantas comerciales.
Juan Barranco, entonces alcalde de Madrid por el PSOE, escuchaba aquella tarde en las Ventas un concierto de Serrat. "Y me avisan de que hay un fuego en el Centro y me voy para allá", relata. "Los bomberos me decían que era un incendio complicado porque la ropa ardía como el petróleo, que hacía tanto calor que el agua de las mangueras se evaporaba incluso antes de llegar a las llamas", recuerda Barranco.
Los testigos tienen aún presente que los bomberos salían del incendio "negros como mineros, tosiendo como asmáticos". El calor envenenaba la calle y la columna de humo se veía desde varios kilómetros de distancia. Las casas colindantes habían sido desalojadas. Durante un tiempo se temió que las llamas alcanzaran los tejados de las viviendas cercanas y el fuego se extendiera por toda la barriada. Pero aquello no ocurrió.Y lo peor aún no había pasado. A las dos de la mañana, recuerda Barranco, alguien dijo: "Señor alcalde, váyase a dormir, que esto se ha acabado". El por entonces alcalde se entretuvo hablando con alguien en la acera cuando, "de pronto", se derrumbó el edificio.
Minutos antes, Emeterio García, al que todos llaman Terín, que contaba aquel día 33 años y aún no había ascendido a suboficial de bomberos, se encontraba dentro del edifico. "Vi que las vigas de acero que sustentaban las plantas estaban dobladas, y que aquello podía ser peligroso. Se lo comenté al cabo Mandueños, que me contestó: 'Voy para allá a ver qué pasa y cuánta gente hay dentro', y yo me dispuse a acompañarle".
Pero Terín no entró. El cabo Francisco Mandueños le aconsejó: "Tienes cara de cansado, enano. Anda, siéntate ahí al lado del camión y reposa un rato". "Así lo hice. Salí a descansar y eso me salvó", dice Terín. Se quitaba las botas cuando todo se vino abajo. El calor había recalentado las vigas metálicas, que se combaron y no soportaron el peso de la estructura. Mandueños fue uno de los 10 bomberos que murieron debajo de las toneladas de escombros. Terín, uno de los 12 que ayer se tragaron el nudo de la garganta y depositaron su ramo de claveles en la placa que el Ayuntamiento ha colocado en la fachada de los cines Acteón para que se recuerde siempre el lugar del desastre. "Lo más sorprendente fue el silencio que siguió al derrumbe", recuerda otro bombero. "Un silencio horrible", añade.
Al silencio le siguió la desesperación de ignorar cuántos compañeros habían quedado atrapados debajo del la montaña de cascotes. Se contaron los que quedaban en la calle. Faltaban 10. Y empezó el rescate, que resultó inútil. La estructura del edificio, reducida a un esqueleto, se había convertido en una trampa mortal, con vigas en lo alto que podían caer como lanzas. "Yo mismo me tuve que meter dentro para obligar a los bomberos que buscaban a sus compañeros a que esperasen un tiempo para estar seguros de que no había peligro", recuerda Barranco.
La noticia corrió. Los bomberos que estaban de vacaciones oyeron el desastre en la radio o lo presenciaron por televisión y corrieron al lugar de la desgracia. "Yo estaba en Ciudad Real, de vacaciones, y me enteré por la radio; al momento me planté en mi parque de bomberos, me puse la ropa y salí con el siguiente relevo", apuntaba ayer Benito Blanco, de 49 años. Y así todos. Durante cuatro días, exactamente durante 102 horas, los bomberos de Madrid rebuscaron entre las ruinas los cuerpos de sus compañeros. Sacaron los escombros con capazos, casi ladrillo a ladrillo, ya que existía riesgo de que se derrumbaran también las fachadas. "Lo peor era no saber dónde estaban los cuerpos", recuerda, otro bombero que participó en esa tarea.
Después llegaron las acusaciones: a los dueños de almacenes Arias, por mantener el local en mal estado; al jefe de los bomberos, por imprudencia. Las familias de los muertos acordaron retirar los cargos en enero de 1990 a cambio de una indemnización de 10 millones para cada una..
Diez años después, una placa, una exhibición en la explanada de la catedral de la Almudena llevada a cabo por los bomberos más jóvenes y un montón de flores llevadas por los más veteranos han servido para recordar a los muertos.
Terín organizaba, nerviosamente, la exhibición de sus compañeros. Se paró un momento para decir que, cuando se vio otra vez en la calle de la Montera, 10 años después, se ha echado a llorar.
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